Iñaki Lekuona | Periodista
El punto G
Dicen del poder que, una vez degustado, se vuelve tan atractivo que enciende todos los sentidos, apaga la razón y sólo queda iluminado el deseo de no dejar de disfrutar de él. Algo de cierto habrá en ello, porque de ejemplos está la política llena. Sin ir más lejos, alguno parece estar tan cegado saboreando la lehendakaritza que ni siquiera se da cuenta de lo ridículo de su posición.
Hay otros que encuentran satisfacción no tanto en el propio poder sino en el hecho de arrebatarlo. Ahí está, verbigracia, Jean-Luc Mélenchon, líder de los comunistas franceses que ha desembarcado su candidatura en el feudo de Marine Le Pen con el único objetivo de impedir que la jefa de la extrema derecha logre su acta de diputada en las próximas elecciones legislativas. Y vistos los sondeos, parece que este jacobino de izquierdas está cerca del orgasmo porque en la segunda vuelta doblegaría al ama del Frente Nacional en un éxtasis que le llevaría a cotas de popularidad nunca alcanzada por ninguna personalidad del PC en la historia reciente de la República.
Pero el punto G del verdadero poder está lejos, concretamente en Camp David, donde los países económicamente más potentes se han revolcado hace unos días en una orgía de decisiones basadas en ejercicios de sumisión que contemplan exclusivamente su propia satisfacción y que dejarán como siempre insatisfecha a la mayoría de habitantes del planeta. Una mayoría abocada en el mejor de los casos a acariciar periódicamente la ranura de unas urnas y a fingir un clímax del que disfrutan solamente unos pocos: los que gracias a esas elecciones logran acoplarse al poder, aunque sea a costa del propio ridículo.