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FINAL DE COPA EN EL CALDERÓN

Una derrota para creer

No pudo ser. Era complicado y más cuando a la media hora de partido ya pierdes por tres goles. Treinta minutos en los que el Barcelona desarboló al Athletic y sentenció con una losa demasiado pesada. Los rojiblancos se rehicieron y merecieron más, y su afición se lo agradeció. Volcada con los suyos, hasta le cantó a Bielsa el «quédate».

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ATHLETIC 0

BARCELONA 3

Joseba VIVANCO | MADRID

Hoy le he tenido que consolar a mi hijo de 7 años y mañana le explicaré otra vez por qué somos del Athletic. La afirmación no es de quien escribe, sino de un sentido aita tras la dolorosa derrota de Bucarest. Y tiene razón, mañana -hoy, sigamos llorando- volveremos a pensar por qué somos del Athletic. El fútbol le sigue debiendo una a este club. El fútbol nos sigue debiendo una. No pudo ser en Bucarest, porque los leones no fueron fieles a ellos mismos; no pudo ser en Madrid, porque el contrario, esta vez, fue superior la primera media hora y eso le bastó. Hoy, nos acordaremos del mayúsculo penalti no pitado sobre Llorente, de aquella vaselina desviada de Ibai, del cabezazo fuera en el segundo palo de Aurtenetxe, de un par de meritorias manos de Pinto. Pero no pudo ser. No pudo ser.

Con el pitido final del encuentro, los leones se desplomaron. Quizá no hubiera lágrimas, sino desfallecimiento, porque sobre el césped se habían vaciado. Sin fortuna, pero sin venirse abajo nunca. Unos con otros se consolaban, un `no ha podido ser'. Un `lo intentamos'. El abismo del marcador fue demasiado grande, pero esta vez había una especie de sentimiento de haberlo dado todo. Este Barça sigue unos cuantos peldaños por encima y fue justo vencedor.

Las desgarradoras lágrimas del capitán Joseba Etxeberria en 2009, las desesperadas lágrimas de Iker Muniain en el estadio bucarestino deberán esperar a otra nueva oportunidad para tocar tierra, para humedecer el césped. No pudo ser. No hubo «Aurten bai!». Quizá no hubo injusticia sobre el terreno de juego, aunque el Athletic de ayer sí vendió cara su derrota. Sí fue, pasada esa mortal primera media hora de juego, el equipo fiable y reconocible que conocíamos. Pero qué injusticia que este club, esta enorme afición se vuelva otra vez de vacío. Ayer, cuando las cosas iban mal, demostró que no estaba para `elefantes' sino para empujar a sus jugadores. El «Beti zurekin», que le dedicó la grada tras el pitido final lo decía todo. Se había vuelto a perder una final y el Calderón `botaba' como San Mamés. Había dos ganadores. El «¡Marcelo quédate!» coreado por más de veinte mil seguidores fue toda una declaración de intenciones. Algunos dirán que esta afición se está acostumbrando a perder finales y que este club solo debe celebrar títulos. Da igual, mañana ese aita le explicará a su hijo por qué somos del Athletic.

Era difícil, muy difícil. Pero había que creer. La turbadora e inolvidable estampa de una afición volcada camino del Calderón, una marea rojiblanca bufandas al viento en dirección al estadio, convencida de las posibilidades de sus jugadores, será de esas que quedará para el recuerdo. Pero el partido real, el que desequilibra el marcador se jugada en el verde. Y allí abajo, pronto, demasiado pronto, el Barcelona salió a mandar. Y no paró hasta conseguirlo. Durante la primera media hora, los rojiblancos fueron un muñeco en manos de un Barça del toco y me muevo, del paso y me desmarco. Y para cuando el Athletic pudo coger fuelle y respirar, ya llevaba tres goles en su casillero.

Fue demasiado. Demasiada losa. Avisó un imparable Messi al primer minuto con un balón fuera por astillas. Y no perdonó Pedro al minuto siguiente en un mal despeje de la zaga bilbaina -y no es el primero esta temporada- tras el saque de un córner. Era el minuto dos. Losa. El Athletic corría como pollo sin cabeza, con Xavi e Iniesta superando en todo momento a Javi Martínez y De Marcos en la medular, dueños de la zona de tres cuartos, ahí donde hacen daño, y un Messi que parecía jugar solo. Y tras el primero cayó el segundo, y poco después el tercero. Pero el partido no se acabó ahí.

De manera sorprendente el Athletic ahí se metió justo en el encuentro. Y pudo haberlo hecho con riesgo para los culés si Borbalán hubiera sancionado un agarrón sobre Llorente en el área que todo el campo vio menos él. El choque se niveló, quién sabe si por el ímpetu de los rojiblancos o porque el Barça bajó el pistón. La tuvo Muniain también, pero Pinto metió una mano prodigiosa.

Una afición volcada

Bielsa, en el descanso, dejó en la banca a De Marcos y Susaeta y dio entrada a Herrera e Iñigo Pérez. El Athletic salió arriba, el partido cambió de tono e Ibai la tuvo en su bota, una vaselina que se fue fuera por poco. No había manera. El partido entró en una duelo por la pelota, sin llegadas claras, con un Athletic valiente, tranquilo, nada revolucionado, haciendo el juego que sabe ante un Barça que siempre parece ir un segundo o dos o tres por delante del rival. No dio para mucho más, salvo ese cabezazo fuera por poco de Aurtenetxe y alguna carrera vertical de Messi. Demasiada losa.

El final del encuentro fue una declaración de amor a un equipo, a unos colores. Un diez de afición. No hubo bajón como en Bucarest. Hubo agradecimiento. Esta será para siempre una temporada inolvidable. «¡Ni Barça, ni Madrid, Athletic!» jaleaban las dos terceras partes de la grada. Hay fe. Una fe inquebrantable. Anoche hubo un campeón, pero no un derrotado. Dijo Marcelo Bielsa semanas atrás que «Dios nos perdone si perdemos dos finales». Tranquilo Loco, que Dios sigue siendo del Athletic, aunque a veces lo dudemos... como ayer. Mañana ya no.

 

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