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KRONIKA | el partido en la grada

Un golpe tan duro como grande era la ilusión

La historia tiende a repetirse. Aunque, lamentablemente, para el Athletic solo lo hace la más reciente. Como en Valencia y Bucarest, la familia zurigorri se quedó con la miel en los labios también en el Calderón. Otra derrota, otra cuchillada en el corazón y otra demostración de grandeza de la afición zurigorri en el momento más duro.

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A. LASAGABASTER

«Los momentos de mi vida en los que he crecido tienen que ver con los fracasos; los momentos de mi vida en que he empeorado, tienen que ver con el éxito. El éxito es deformante, relaja, engaña, nos vuelve peor, nos ayuda a enamorarnos excesivamente de nosotros mismos; el fracaso es formativo, nos vuelve sólidos, coherentes, nos acerca a las convicciones». Son palabras de Marcelo Bielsa, recogidas por Federico Lareo en el suplemento especial que editó GARA con motivo de la final de Copa. Y posiblemente son acertadas; es probable que se aprenda más de las derrotas, que nos hagan madurar, que nos endurezcan, incluso que nos unan.

Pero esas conclusiones solo pueden alcanzarse en frío, tras una larga reflexión. Algunos aficionados rojiblancos lo asimilarán en un par de días, otros necesitarán algunas semanas... Puede que haya quien no lo consiga nunca por mucho que se esfuerce. Lo que es seguro es que a día de hoy no habrá un solo athleticzale capaz de coincidir con su técnico.

Porque este es un día de lágrimas en la familia zurigorri. Como lo fue la noche de ayer. Por mucho que el Barcelona sea el mejor equipo del mundo, de la galaxia o de la historia. Por mucho que cualquier apostante imparcial se hubiera decantado por los catalanes sin dudarlo. Por mucho que el blaugrana sea un conjunto experto en jugar finales y ganarlas, es imposible consolarse teorizando sobre las bondades de la derrota, aún realizando un esfuerzo sobrehumano, cuando Xavi levanta la Copa que uno ha rozado con la punta de los dedos. Al escuchar los cánticos de victoria de la afición culé cuando se llevan preparando los propios durante casi tres décadas. O al recordar que, de nuevo, como ya sucediera en Valencia hace tres años o más recientemente en Bucarest, no hay guinda para el pastel. Que los preparativos, las horas de viaje, los ahorros estirados al límite para poder escoltar al equipo, las noches de guardia junto a las taquillas y, sobre todo, la ilusión acumulada año tras año se quedan sin respuesta. Toca de nuevo regresar a casa de vacío, con el corazón encogido por lo que pudo ser y no fue.

Y no hay consuelo que valga. Al menos hasta que pase ese tiempo de reflexiones, el que necesite cada uno. Entonces, probablemente, la mayoría preferirá recordar el camino, tan importante como la meta. tal y como también insiste a menudo Bielsa. Un camino que se remonta años y años atrás y cuya última etapa empezó allá por el mes de diciembre. Tímidamente, con esa pequeña inquietud que siempre genera enfrentarse a equipos humildes. Pero se pudo con el Oviedo, como después con el Albacete, el Mallorca o el matagigantes Mirandés. Y al tiempo que se iba pudiendo, crecía la ilusión, multiplicada por la nueva imagen de un equipo que enamoraba dentro y fuera de casa.

De un equipo diferente a aquel que, en 2009, alcanzaba la final de Copa por primera vez en 25 años. Tanto había costado llegar que el mismo encuentro, ante un Barcelona en su mayor esplendor, pareció un premio entonces. Pero las cosas han cambiado. Y al tiempo que el ciclo de tiranía culé toca su fin, el Athletic de Bielsa parecía encaminado a protagonizar días de gloria. No, la del Calderón no era una final como la de Mestalla. Aún con las apuestas del lado rival, los leones podían ganar. Aún con el disgusto de Bucarest martilleando el ánimo, la ilusión era máxima. Por eso el golpe también lo fue.

Incansables

También rápido, pero tan doloroso como la peor de las torturas. Tras una jornada de exaltación rojiblanca, en la que más de 50.000 seguidores abarrotaron la ribera del Manzanares, aproximadamente la mitad ocupó dos tercios del Vicente Calderón con el deseo inaplazable de ponerle el colofón festejando la victoria. En una marea espectacular y constante, durante más de noventa minutos la hinchada convirtió los poco más de dos kilómetros que separaban Athletic Hiria del Calderón en una gran avenida rojiblanca. A una hora del arranque del encuentro, el flujo se reproducía desde los vomitorios a las gradas del estadio colchonero, escupiendo seguidores nerviosos, expectantes y, sobre todo, ilusionados. Que no olvidaron los recuerdos a Esperanza Aguirre, la pitada al himno y los representantes políticos españoles, pero que concentraron todos sus esfuerzos en empujar al equipo. En dos minutos llegaba el primer mazazo, veinte después el segundo y antes de que se cumpliera la media hora eran ya contados los que confiaban en la remontada.

Pero se mantuvieron ahí, como siempre, ofreciendo otro litro de gasolina al equipo, recordándole que nunca estará solo, Coreando «Athletic, Athletic», «que bote San Mamés» o «beti zurekin» cuando el partido agonizaba. Redoblando, en fin, sus ánimos cuando llegó el final. Era el Barcelona el que lo celebraba sobre el césped, pero era la voz del Athletic la que se oía. Para entonar el himno rojiblanco y la marcha triunfal de Aida, de nuevo el «beti zurekin» o el más clásico «Athletic». Aplaudiendo a Xavi y agradeciendo a Puyol que saltase al campo con la ikurriña. Haciendo de tripas corazón para recordar que siempre estarán junto a los suyos. También con Bielsa, cuyo nombre fue posiblemente el más coreado y al que se pidió insistentemente que continuara. Y es que a lo loco se vive mejor.

Aún perdiendo. Porque como recalcaba Josu Urrutia muchas horas antes de que comenzara el encuentro, «perdamos o ganemos, hay algo que no cambiará. Por supuesto que queremos ganar y por supuesto que estamos orgullosos de nuestras victorias, pero sobre todo estamos orgullosos de lo que somos, de elegir cómo queremos competir. Estamos orgullosos de ser del Athletic y eso no lo cambian ni las victorias ni las derrotas». Y para saber que es cierto no hace falta reflexionar.

Amaia U. LASAGABASTER

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