REVUELTAS ÁRABES
«Los árabes han iniciado un proceso largo y sinuoso, pero que no tiene marcha atrás»
Sociólogo y experto en el mundo musulmán
Nacido en Trebzen (Argelia) aunque francés de adopción, pocas voces están más autorizadas para hablar del mundo árabe que la de Sami Naïr. Y su convicción es profunda. Los pueblos árabes han iniciado, al unísono, un camino no exento de riesgos y dificultades, pero irreversible. Y, más allá de intromisiones geopolíticas, lo que prima es la exigencia de democracia.
Dabid LAZKANOITURBURU | DONOSTIA
Sami Naïr recaló hace días en Donostia de la mano del Ayuntamiento en el marco del ciclo anual sobre la Primavera Árabe.
¿Estamos ante una revolución árabe o ante una sucesión de revueltas en países distintos?
Estamos ante una ruptura histórica, ante la inauguración de una nueva era, cultural, política e incluso mental, árabe. Todos los pueblos árabes, desde Marruecos hasta Bahrein, se han levantado. Es la prueba de que tienen una identidad común y una situación similar.
¿Cuáles son esos elementos y situaciones comunes?
Todos estos pueblos, desde el Atlántico hasta el Índico, compartían el mismo sistema político, más allá de que revistieran o revistan la forma de repúblicas seudoparlamentarias o de monarquías absolutistas. Son dictaduras. Esto da lugar a estados replegados en la defensa de intereses de grupos políticos concretos, de clanes, tribus... a través del poder militar-policial.
Y todos esos regímenes, sin excepción, cuentan con el apoyo de las potencias mundiales, de Occidente o de Oriente (Rusia y China). Había un consenso mundial en torno a que constituían un mal menor.
¿Es comparable lo acaecido en Egipto con Libia o Siria?
Me interesa destacar los rasgos comunes y las razones de fondo. No niego que las circunstancias en cada país son distintas, y tampoco las cuestiones geoestratégicas. Pero en lo fundamental, las coincidencias mandan. Gadafi era un tirano que decidió declarar la guerra a la sociedad mandando sus aviones y tanques a bombardear a la población y la condición geopolítica fue desplazada por la premisa moral.
El caso sirio es mucho más complejo. Arabia Saudí está tratando de debilitar a Irán intentando acabar con el régimen sirio. Otra cosa es que Al-Assad responde al mismo esquema de tiranía. No olvides que los manifestantes libios y sirios no pedían inicialmente el cambio de régimen. Sus exigencias eran mínimas, y se resumían en la institucionalización de la disidencia. Y la respuesta fue brutal.
Hay quien insiste en que Israel y el petróleo están detrás de muchos de estos conflictos.
Todos sabemos que se está jugando una partida importante. Pero ni Israel ni el petróleo explican lo ocurrido. Ben Ali y Mubarak eran fieles aliados de Israel. El problema geoestratégico es de más largo recorrido.
¿También respecto a Egipto?
Egipto es el corazón del mundo árabe y no hay en en Europa una experiencia existencial similar. Es el Estado más antiguo del mundo, con una élite cultural de alto nivel. En los últimos 40 años tras la muerte de Nasser conoció un proceso de involución en beneficio de su gran rival, Arabia Saudí, probablemente el régimen más reaccionario del mundo pero a la vez muy rico. Egipto, muy moderno pero a la vez pobre, está de vuelta en la arena internacional. Es un hecho histórico.
Volviendo atrás después de este paréntesis de coyuntura, ¿cómo se articulaban todos estos sistemas desde dentro?
Económicamente a través de un sistema dual. De un lado, estaba la economía legal, controlada por esos grupos dirigentes, y de otro, la economía informal.
Trasladado al ámbito social, desde los años 80 tenemos, por un lado, unos estados cerrados que se autorreproducen y, por otro, una sociedad en unas condiciones económicas y sociales muy difíciles.
¿Qué había cambiado para que se diera el estallido revolucionario que arrancó en Túnez?
Las sociedades árabes se han vuelto cada vez más modernas, más vinculadas al sistema de valores mundiales. A lo que, en un término que no es mío, llamo mundialidad.
La globalización, que tiene innumerables aspectos negativos, ha creado un ethos, unos valores mínimos comunes que se resumen en la exigencia de democracia. Es un proceso que se vivió antes en el este de Europa y en Latinoamérica y que, sin duda, llegará en las próximas décadas a China y a África.
En el mundo árabe todos los procesos revolucionarios habían sido dirigido por élites culturalmente fuertes e ideológicamente asentadas. Ahora, y por primera vez, ha hablado la sociedad. Las sociedades árabes han dicho: `Los protagonistas de la vida política del país somos nosotros, no vosotros'.
La sociedad ha hablado y parece optar por el islamismo...
Eso tiene una explicación. Los regímenes se situaron frente a los grupos sociales, no les reconocieron legitimidad. Al no permitir el debate político, han destrozado la opinión pública, convirtiendo a la religión en la única ideología de resistencia. Los partidos islamistas organizaron la ayuda social. Conquistaron la hegemonía. Construyeron hospitales, escuelas, com- partían la vida en los barrios bajos. Y el pueblo eligió a los que les habían ayudado.
Hay quien opina que para ese viaje, para que en Túnez se esté debatiendo ahora sobre el uso del hijab, no merecía la pena...
Es evidente que hay un problema. La cuestión espiritual es muy importante, cuando la democracia consiste en separar lo espiritual y lo temporal. Pero es que la democracia es eso, una batalla permanente por la libertad y la justicia. Siempre habrá movimientos conservadores y antidemocráticos. Fíjate en Francia, con Le Pen. La democracia ha permitido que aflore todo lo que ha sido tapado durante decenios. Ocurre lo mismo con el tribalismo. Estaba ahí y no ha hecho sino aflorar. La única manera de solucionar los problemas es ponerlos encima de la mesa y hablar.
No voy a ocultar que el del islamismo es un problema. Intentarán imponer sus ideas. La batalla está abierta y es un mo- mento crucial. Pero esta vez habrá que contar con un actor nuevo: el pueblo.
¿Cómo explica la paradoja de que los pueblos árabes, sometidos hasta ahora por Occidente, asuman ahora valores como la democracia, que precisamente reivindica Occidente?
Los pueblos árabes no plantean el dilema en esos términos. Saben que los occidentales hablan mucho de democracia, pero no la respetan.
Pero van más allá y se niegan a hacer suya la excusa de que la culpa de todo la tienen los occidentales. Se han dado cuenta de que sus clases dirigentes son aún peores, que son élites depredadoras que viven según registros de la Edad Media. Se les ha acabado la excusa.
¿Qué futuro tiene la revolución?
Las sociedades árabes se han movido y eso no tiene vuelta atrás. Probablemente estemos en el inicio de un proceso o largo, sinuoso, que desaparecerá por momentos para volver a emerger, pero que es irreversible e incontrolable. Los pueblos han descubierto que se puede derribar a esos regímenes.
¿Cuáles son los riesgos?
El problema reside en saber si la cuestión central, que no es otra que la económica y social, va a ser resuelta. Si la nueva democracia permite la integración del pueblo, la revolución tendrá éxito. En caso contrario, y si asistimos a un simple relevo elitista del poder, podríamos asistir a respuestas populares mucho más violentas.
¿Cómo valora los resultados de la primera vuelta de las presidenciales egipcias?
El resultado de los Hermanos Musulmanes era previsible, más teniendo en cuenta que su candidato representa el ala más moderada del movimiento islamista.
¿Y el pase a segunda vuelta del candidato del viejo régimen Ahmad Shafiq?
Existe una fractura en la sociedad egipcia entre los que están en contra del viejo régimen y los que no están a favor pero no aceptan esta transición caótica y temen a la vez la emergencia islamista. Una parte muy importante de la minoría copta, que es democrática, ha optado por votarle. A eso hay que sumar que el antiguo sistema estatal sigue siendo el verdadero aparato de dominación vigente.
¿Qué ocurrirá en la segunda vuelta?
El candidato conservador-liberal de los Hermanos Musulmanes recibirá el apoyo de los salafistas. Una parte minoritaria de los revolucionarios votará asimismo por Morsi.
¿Quién vaticina que ganará?
Es difícil saberlo, porque los militares están moviendo los hilos con la complicidad del viejo régimen y bajo los auspicios-vigilancia de EEUU. Lo que está claro es que los perdedores serán los que iniciaron el proceso revolucionario en Egipto. Aunque no se puede obviar que su candidato, el nasserista Hamdin Sabahi, ha quedado en tercer lugar, está claro que la revolución, tanto en Túnez como en Egipto, fue dirigida por unas minorías ilustradas que se han visto superadas en el proceso de transición por los partidos conservadores, sean islamistas o partidarios del antiguo régimen.
¿Cuál de las dos opciones es preferible para los intereses de la revolución?
Es indiferente, Ni unos ni otros van a poder solucionar los graves problemas del país y no van a parar el largo período de inestabilidad política que le espera al país, con sus problemas de desempleo, pobreza e inseguridad.
¿Qué cree que ocurrirá en Siria?
El problema de Siria no es solamente sirio sino internacional y depende de los acuerdos a que puedan llegar los americanos y los rusos. El régimen no aguantaría ni 48 horas sin el apoyo de Moscú. Yo creo que será importante el encuentro entre Obama y Putin en junio, aunque las negociaciones serán difíciles. Pero no veo la posibilidad de que el movimiento revolucionario pueda ganar la batalla. Probablemente veremos en los próximos meses un proceso de libanización de Siria, primero con la extensión de la guerra civil siria a Líbano y la extensión del modelo libanés a Siria, una guerra civil entre confesiones, provocada por el régimen sirio.
Al hilo de las recientes elecciones argelinas, ¿cree que este país puede coger el testigo de la revolución árabe?
No lo creo. Es el país más moderno y equilibrado de la zona y cuenta con grandes reservas energéticas y enormes recursos financieros. Además, la inteligente estrategia del presidente Bouteflika de integración de los islamistas ha dado sus frutos. El régimen se ha islamizado, al punto de que a los islamistas no les quedan casi reivindicaciones ante el poder. Otra cosa es a largo plazo el coste de esta islamización del Estado pero, por de pronto, los islamistas han sido los perdedores en las elecciones, en las que además la abstención rondó el 50%. Es preocupante.
Pero el argelino no es tanto un problema económico como de pugna entre élites. La batalla por la sucesión de Bouteflika ha comenzado y el enfrentamiento será duro, pero no creo que vaya a provocar una desestabilización del sistema. Argelia no es Túnez ni Egipto.D.L.