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CRíTICA: «Miel de naranjas»

Tiempos de clandestinidad y fusilamientos cara al sol

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Mikel INSAUSTI

Imanol Uribe trató hace diez años la Guerra del 36 con originalidad en «El viaje de Carol», que le permitió recrear aquella época desde la perspectiva de la niñez. En «Miel de naranjas» arroja también una mirada diferente sobre la posguerra, al emplear una luminosidad deslumbrante y nada habitual en el thriller político que se desarrolla en la clandestinidad, ni tampoco en la intriga de espionaje. La ambientación andaluza en su vertiente histórica militarizada cobra una dimensión pareja a la de la representación de las dictaduras latinoamericanas, con lo que de agresivo tiene el color caqui sobre un fondo paisajístico evocadoramente tropical. Una tensión que se desprende durante toda la narración en la omnipresente amenaza de los personajes uniformados, en medio de la rutina macabra de las sentencias de muerte y los consiguientes fusilamientos al amanecer.

Debajo de esos uniformes hay unos actores inspirados que completan un reparto antológico con sus variados registros. Voy a destacar a cuatro de ellos, empezando por el auténtico esperpento humano compuesto por un Karra Elejalde sadicamente divertido, y cuyo recital culmina con su cuerpo sin vida dibujando la esvástica sobre el suelo. Por su parte, Eduard Fernández borda la figura servil por naturaleza, entregada a obedecer a su superior y a ayudar a sus compañeros de armas. Especialmente al que encarna con compleja ambivalencia un genial Carlos Santos, por cuanto viene a ser una especie de doble agente. Y, por último, está el azkoitiarra Ibán Garate, que acierta a expresar la perdida de la inocencia durante el servicio militar, unida a la progresiva concienciación antifranquista.

«Miel de naranjas» reune excelentes cuadros de la memoria histórica, terribles estampas matizadas por la irreductible vitalidad romántica. El equilibrio emocional está conseguido, pero sin un ritmo narrativo capaz de dotar al conjunto del necesario nervio interno que debería haber funcionado como aglutinador del anecdotario de aquellos duros años.

 

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