EEUU invadió Afganistán con el anunciado objetivo de destruir y desmantelar Al Qaeda y de cambiar el régimen talibán. Desde un punto de vista estrictamente militar, esos objetivos podrían «venderse» ante la opinión pública como alcanzados y, desde esa lógica, la ocupación sería un problema, nunca parte de la solución. Pero siguiendo el famoso dicho de Clausewitz -«la guerra es la extensión de la política»-, es evidente que EEUU buscaba ulteriores motivos, objetivos de más largo alcance, frente a adversarios de mucho mayor rango. Al Qaeda y los talibán sirvieron de pretexto para que instalaran bases estratégicas que no respondían a esa guerra. La emergente «amenaza» china y cercar al «oso ruso» estaban en el cálculo. Y qué decir del acceso a los inmensos y no explotados recursos de gas, petroleo y minerales estratégicos de Asia Central. Así como instalar toda su maquinaria de guerra en el patio trasero de Irán.

Rusia y China no se quedan de brazos cruzados. Cimentan su alianza comercial y militar, frenan a EEUU y sus aliados en Irán y Siria, mientras juegan sus cartas en el endiablado tablero afgano. Mientras tanto, Afganistán, atrapada en este gran juego del siglo XXI, sigue desangrándose.