Santi Ramirez| Licenciado en Ciencias Políticas y Sociología
Euskal Herria y la crisis
La crisis actual es profunda y compleja, y sus consecuencias se extienden también al ámbito alimentario, ecológico, energético... No se pueden crear falsas expectativas sobre cómo «salir» de la crisis
La economía española está siendo fuertemente afectada por la crisis que sacude al conjunto del sistema capitalista, y una de sus consecuencias más visibles es el riesgo de quiebra que pesa sobre el propio Estado, a causa de la «crisis de la deuda soberana». En Euskal Herria, por tanto, también estamos sufriendo los efectos de la crisis. En Hegoalde, el paro ya ha alcanzado la cifra de 213.000 personas y el 25% de las que trabajan lo hacen con un contrato eventual. Por otra parte, está aumentando considerablemente el riesgo de pobreza y de exclusión social, que afecta principalmente a las mujeres. El número de desahucios, por impago de hipotecas, crece de día en día. Unos 300.000 pensionistas cobran menos de 650 euros mensuales. Y los salarios y las pensiones pierden poder adquisitivo de año en año.
Respecto a la crisis, hay que decir que las hay de dos tipos. Unas son las relacionadas con la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, y otras son las llamadas «crisis de realización» que, a su vez, se pueden dividir en dos clases, las de «desproporcionalidad» (son una consecuencia de la anarquía que reina en el proceso de producción, bajo el capitalismo) y las de «superproducción» que está íntimamente unida al subconsumo. En todas, estas causas actúan de forma simultánea y combinada, reforzándose mutuamente unas a otras.
Pero también hay otros factores que contribuyen a hacer que la crisis sea más compleja y más profunda. Desde mediados de la década de los años 80 del siglo pasado hasta finales del 2008, en que se produjo la quiebra del Lehman Brothers, tuvo lugar un largo y relativamente estable ciclo de acumulación, durante el cual se produjo un crecimiento espectacular del capital financiero y especialmente del capital ficticio, que dio lugar a la creación de una serie de «burbujas» que finalmente acabaron haciendo explosión. En el Estado español, la más importante ha sido la burbuja inmobiliaria.
Durante ese periodo se produjo una fuerte concentración y centralización del capital, hasta tal punto que un grupo de 147 empresas, entre las que se encuentran los principales bancos: Barclays, JP Morgan, Bank of America, UBS, AXA, Goldman Sachs y Deutsche Bank, controlan el 40% de la economía mundial. Entre las 50 primeras de este núcleo reducido, hay 44 empresas financieras. Este proceso de concentración y centralización de capitales se ha visto favorecido por la gran rapidez que han llegado a alcanzar las transacciones económicas y financieras, en gran medida como consecuencia del desarrollo de las TIC. Debido a ello, cualquier «perturbación» producida en un área determinada del mismo se puede transmitir rápidamente en todas direcciones y afectar al conjunto del sistema.
Los rescates bancarios que tuvieron lugar en la UE entre 2008 y 2011 y la crisis de la deuda soberana solo se pueden interpretar en el contexto de la crisis general del capitalismo. En ella han desempeñado un papel importante las agencias de calificación de riesgo, que constituyen auténticos instrumentos de especulación financiera. Las principales agencias de este tipo, como Standard&Poor's (EEUU), Moody's (EEUU) y Fitch (EEUU-Reino Unido), han venido calificando a la baja, tanto al sistema bancario de algunos estados miembros de la UE como a su «deuda soberana», mientras que han mantenido una alta calificación para los bancos y la deuda de EEUU. Debido a ello, enormes flujos de capital han abandonado Europa y se han dirigido a EEUU, que es precisamente el estado con la mayor deuda pública del mundo (en 2009 ésta se situaba en los 600 billones de dólares, el equivalente a 10 veces el PIB mundial y en 2010 rondaba los 750 billones, cuando el conjunto de la deuda europea era de menos de un billón de dólares).
Estas maniobras especulativas están teniendo una mayor incidencia en los estados de la periferia de la UE (Irlanda, Portugal, Grecia, Italia y España), causando un efecto doble y contradictorio. Por una parte, dichos estados se están viendo obligados a pagar unos elevados intereses para colocar sus bonos de deuda pública, mientras que, como contrapartida, Alemania coloca los suyos en el mercado a unos intereses bajísimos. De esta forma, en el seno de la UE se está produciendo un reforzamiento de las potencias centrales, sobre todo Alemania, acentuándose las contradicciones entre las burguesías del centro y de la periferia.
Al mismo tiempo, también en este caso, debido a la desconfianza de los sectores financiero-especulativos, se producen flujos de capital desde los países de la periferia hacia los del centro, en particular hacia Alemania. Esta «fuga de capitales» es de tal magnitud que en el caso del Estado español, solo en el primer trimestre de 2012, la salida de capitales hacia el extranjero ha alcanzado la cifra de 97.000 millones de euros.
Pero los ataques a la estabilidad financiera de la UE también parecen obedecer a una maniobra geoestratégica, dirigida a debilitar a uno de los principales competidores de EEUU, de cara a que estos puedan situarse en una mejor posición ante el ascenso de China, la nueva superpotencia que dentro de pocos años le disputará la hegemonía mundial. Un intento de lograr que una UE debilitada se vea obligada a acercarse más a EEUU.
La crisis actual es profunda y compleja, y sus consecuencias también se extienden al ámbito alimentario, ecológico, energético, etc. Por ello, no se puede adoptar una postura simplista respecto a ella. No se pueden crear falsas expectativas sobre cómo «salir» de la crisis. Es más, podríamos afirmar que, a corto o medio plazo, no es posible una «salida» a nivel de un solo estado nacional o de un pequeño grupo de estados y, menos aún, a nivel de entes territoriales menores, como pueden ser las comunidades autónomas, en el caso del Estado español.
Las crisis continuarán produciéndose, con mayor o menor intensidad, amplitud y duración; con todas sus secuelas de dolor, paro, hambre y miseria, de exclusión social; de esquilmación de la naturaleza y destrucción de fuerzas productivas, mientras exista el capitalismo. Solo la transformación revolucionaria de la sociedad podrá poner fin, definitivamente, a las crisis económicas y a todo lo que ellas suponen.
En los últimos meses están apareciendo en Euskal Herria diversas propuestas para «salir» de la crisis. La mayoría plantean la necesidad de cambiar el modelo socioeconómico y se basan en la reforma fiscal y en el papel tractor del sector público. Algunas proponen la creación de un banco público vasco, así como la necesidad de diversificar la produc- ción y aumentar la inversión en I+D+i. También proponen el mantenimiento de la sanidad y la educación públicas e incluyen un salario social y el «reparto del trabajo». En el fondo, tratan de retomar las propuestas keynesianas y volver al estado del bienestar. Pero tratar de encontrar una «salida» a la crisis desde Euskal Herria sin tener en cuenta lo que hemos apuntado más arriba, es como querer combatir los síntomas sin tener en cuenta el origen de la enfermedad.
El estado del bienestar se creó por necesidad del gran capital, con vistas a facilitar el desarrollo del proceso de acumulación y contó con el apoyo de la socialdemocracia europea. Pero, con el paso del tiempo, el estado del bienestar se convirtió en un obstáculo para el capital financiero y los gobiernos burgueses abandonaron el keynesianismo para adoptar las políticas neoliberales. Se convirtió en un estorbo porque su política asistencial impedía el buen funcionamiento del ejército de reserva que, para que sea eficaz, requiere que los trabajadores estén desprotegidos y que el trabajo se desregularice y precarice. Por ello, plantear hoy la recuperación del estado del bienestar no tiene mucho sentido, a no ser desde un punto de vista táctico, con vistas a aliviar los efectos más sangrantes de la crisis, debilitar a la burguesía y acumular fuerzas de cara a su propia superación, es decir, a su utilización en la perspectiva revolucionaria de la toma del poder por el pueblo trabajador, con la clase obrera a la cabeza, y la instauración de un estado socialista vasco.