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San Fermín en pie de guerra

Segundo día de sanfermines, o sea, gente fresca o solo ligeramente tocada de hígado por los excesos del chupinazo a la que se suma la invasión propia del fin de semana. Iruñea está tomada por una muchedumbre que come, fuma, bebe, mea, canta, vomita, llora, ríe y se «enamora». Todo a la vez y todo revuelto. Esto es la guerra en torno al santo del capote rojo, que salió ayer a la calle.

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Aritz  INTXUSTA

Avanzar por Iruñea ayer suponía sortear a un grupo de gospel, a un  coro meapilas cantando al son de ese instrumento horrendo que es la bandurria, a un señor que soplaba mil bocinas, a un ingenio rodante con altavoces bautizado como “Entzierro Gaupasero” que atronaba las calles con la canción favorita de Martín Garitano. En fin, que con semejante carrera de obstáculos es normal que la gente pierda la alpargata, como le ocurrió a este mozo de la foto. De todos modos, usar el pañuelo para atarse un cartón e improvisar una nueva sandalia no es apaño convincente. Esa pátina de lodo raro y resbaladizo que cubre los adoquines de Alde Zaharra seguro que traspasa y, al final, cualquier roce acaba en gangrena. Pero también es cierto que perder un zapato suena a excusa pobre cuando lo que se tiene encima es algo tan grande como los sanfermines.

La capital de Nafarroa es otra desde el viernes. La gente ya se ha curado de espanto, puesto que ha visto de todo. Ayer era sábado, segundo día  y día fuerte. El fin de semana es cuando la capital navarra bulle de personas –o lo que quiera que sean– antes de la espantada del lunes, cuando haya que despertarse para ir al curro o para buscar un curro. El clima también era extraño, con numerosos nubarrones que oscurecían el Sol, pero sin que se moviera una brizna de aire. El calor era pegajoso y asfixiante. Un día perfecto, para que los bares hagan caja sirviendo riadas y riadas de cerveza fría y no tan fresca. La marabunta clamó agua a quienes se asomaban desde los balcones cantando, como ocurre después de que se lance el txupinazo.

Y, sin embargo, a pesar de que todo está en continuo movimiento, la sensación que permanece en la ciudad de que no ocurre nada. Hay mucha anécdota y mucho chascarrillo, pero poca noticia. Todo se asume con normalidad. La clave parece estar en dejarse llevar, en seguir moviéndose por la calle. Como en la película de “La vida de Brian”, la mayor duda consiste en elegir seguir a la calabaza o a la alpargata que ha perdido el joven de la chapuza de la foto.

Al final, el santo salió y entró a su hora, los gigantes bailaron al compás y no se desmoronó ninguna barraca de la feria. El gentío sigue bebiendo cerveza y derramando la sangría.  En la plaza murieron seis toros y uno de ellos había picado antes con el cuerno a un «mozo» de 73 años. Y un japonés quedó para el arrastre.

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