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Jose Mari Esparza Zabalegi | Editor

El Sortu que yo quisiera

El debate fundacional de Sortu sirve al autor para exponer una «gavilla de ideas» con las que él se sentiría a gusto en el nuevo partido. Pese a reconocer haber perdido casi todos los debates internos de la izquierda abertzale, formula sus aportaciones con la seguridad de «seguir siendo feliz» en esa tribu de idealistas, entregados y tenaces. Así, remarca lo que entiende por socialista, o mejor dicho «comun(al)ista», euskaldun, expresa sus dudas sobre las definición de «cimentado en las ideas feministas», aboga por la separación de poderes, la tensión continua, la corrupción cero, evitar las élites y por ser «sinónimo de Memoria».

No todos los días tiene uno ocasión de participar en el nacimiento de un nuevo partido. Hacerlo, además, en un momento de total desprestigio de la clase política exige mayor imaginación, para que Sortu quede siempre exceptuado de esa aseveración, tan malasombra, de que «todos los políticos son iguales». He visto las bases estratégicas que plantean para el debate («Un país independiente, socialista y euskaldun, cimentado en las ideas del feminismo») y aquí lanzo una gavilla de ideas, con las que yo me sentiría a gusto en Sortu. Espero que animen a participar en este apasionante proceso. Tengo a gala haber perdido casi todos los debates internos de la izquierda abertzale, así que, aunque ahora tampoco me hicieran caso, seguiré feliz en esta tribu de locos y locas, idealistas, entregados y tenaces. Son mis hermanos y hermanas, y la sangre no es agua.

Independiente, por supuesto, pero de todo. Descolonizar nuestras mentes, la escuela, la universidad; independizarnos de los bancos, de las multinacionales, del consumo, de los medios de masas; ser libres en la cadena alimenticia y en la gestión de residuos; abolir la videovigilancia, el control policial y las políticas de inseguridad ciudadana, sean estas con tricornio o con txapela. Aunque aún no seamos independientes, ser libres ya, nos decía Bergamín, como libre era Cervantes en la cárcel de Sevilla.

Socialista. O mejor, comun(al)ista, más radical e indígena. En 1801 Humboldt escribió que los vascos eran el único pueblo del mundo en que la cultura intelectual y moral era realmente popular y donde menores distancias había entre las capas altas y bajas de la sociedad. ¿Cuándo perdimos aquella tradición igualitaria, basada en la propiedad comunal, en la cultura del auzolan, en la nobleza universal como patrimonio común y no de unos pocos? ¿Por qué copiamos tanto a las izquierdas españolas, europeas y americanas cuando en nuestra propia tradición teníamos mimbres de sobra para trenzar una sociedad más avanzada? Abolamos el capitalismo, pero, ¿el cooperativismo vasco es una alternativa reformista a la Revolución, como nos decían, o es algo inherente a la idiosincrasia del país?. En una sociedad comunalista ¿podemos prescindir de la capacidad creativa y productiva del pequeño empresariado vasco?

Euskaldun, sí, pero entendiendo que la lengua no es una tabla rígida sobre nuestro país, que se apoya sobre los montes más altos (y no queda mal esta metáfora orográfica), sino que es una manta cálida y sinuosa, adaptada al llano y al monte, que cubre y unifica, a distintas alturas, las comarcas de Euskal Herria.

¿Cimentado sobre los principios del feminismo? Sea, pero confieso que no entiendo muy bien esa expresión y creo que mis amigas feministas tampoco. Quedarse en menos de la igualdad sería injusticia; proponer ir más allá ¿no atenta contra la propia igualdad? Armonía con la naturaleza, igualdad entre las personas, libertad sexual... ¿no son acaso conceptos mucho más precisos y universales tanto para hombres como para mujeres?

Separación de poderes. Esa práctica tan española y tan corrupta de que el secretario general de un partido sea el candidato electoral, debe de ser abolida. Hasta del PNV de Arzalluz podemos aprender. Si Otegi es candidato a lehendakari no debería estar en la dirección de Sortu y viceversa. Y lo mismo en todos los pueblos e instituciones. Separación total entre los cargos públicos y la dirección política. Para los primeros, perfiles más técnicos y mediáticos. Para los segundos, abnegación, militancia, austeridad, control político y moral. Y nadie demasiados años en el mismo puesto. Si algo nos ha enseñado la renovación de listas de Bildu es que cualquiera, en esta tribu, puede ser un buen alcalde.

Corrupción cero. Al inicio de la Transición corrió la sentencia de un viejo militante del PSOE vasco, que decía que para los cargos había que elegir a los más honrados y vigilarlos como a los más ladrones. Y ya vimos cómo acabaron. Bildu es el único partido, con poder, virgen de este vicio. No le faltarán trampas y bastará un solo error para que los demás exclamen felices: «Ahora todos somos iguales». No vale decir que Bildu «es más amplio» y que hay gente de otras tradiciones políticas. Bildu es ahora el barco de Sortu y si se agujerea con el más mínimo zulo de desprestigio, nos hundiremos con él. Sortu debe crear ya una Cámara de Comptos interna que controle hasta la última pegatina que se venda, el sueldo de cada alcalde, el viaje de cada parlamentario. Tener siempre a un Jokin Gorostidi velando el arca común de los euros y de la decencia.

Tensión continua. No pasar de la cagalera de la lucha armada al estreñimiento del voto cada cuatro años. Sin lucha no hay emancipación y cuando las leyes son injustas y hechas a su medida, no hay otra que cambiarlas si se puede, o transgredirlas. La desobediencia civil; la insumisión al Estado; el boicot a lo injusto; el spray denunciador; el piquete huelguista; la resistencia a los desahucios; la descortesía parlamentaria; el plante institucional; el desprecio a la realeza; el antimilitarismo; el tartazo justiciero; la guerra de símbolos; el por los presos lo que sea... Si la izquierda abertzale ha cambiado de estrategia ha sido alegando que otros métodos de resistencia y avance son posibles. Es hora de demostrarlo.

Evitar las élites. Los lobbies. Las camarillas. Hubo un tiempo en que la clandestinidad mediatizaba la democracia interna. Aunque hubiera debates, las cosas venían de arriba y la tribu lo aceptaba, bien de su grado, porque no dudaba de la entrega de su dirección política. Ahora, ¿quién va a ser la vanguardia? ¿Los liberados que se dediquen a serlo? ¿La mesa nacional? ¿El comité de cada pueblo? Mal haría Sortu en no reconocer como vanguardia a cuantos militan y dinamizan el rico tejido social y reivindicativo de Euskal Herria, arma nuclear de la izquierda abertzale. Los «aparatos» deben estar a su servicio y no al contrario. Y no debería haber un solo cuadro político o electoral que no estuviera metido hasta el corvejón en el movimiento ciudadano, en su barrio, en su sindicato, en su euskaltegi... Mal dirigente el que se dedique solo a dirigir.

Memoria. Sortu debería ser sinónimo de Memoria. Que cuando cualquier paisano o paisana salga de la cárcel, se sienta reconocido, arropado, y que Sortu sea su orgullosa llave en la sociedad vasca. Que toda madre que ha perdido un hijo en la pelea descubra su rostro en una juventud combativa, que usa otras armas con la misma determinación, y ojalá no tenga que utilizar otras diferentes para evitar la esclavitud que les auguran. Que todo torturado sienta que aquello fueron dolores de un parto feliz; que todo desterrado reencuentre en Sortu su pasado y su futuro. Que pidan perdón y recen tres avemarías los que tengan pecado, pues nuestros errores ya los tenemos bien amortizados. Que la izquierda abertzale se nutra de su abnegado pasado, lo cultive en sus nuevos militantes y lo sepa trasmitir, con humildad, a Bildu y al resto de la sociedad vasca. Porque ganada la batalla de la Memoria, habremos ganado todas. Y todos.

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