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CRíTICA: «La delicadeza»

Enamorada de un paisano de Bergman

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Mikel INSAUSTI

Todos los escritores cinéfilos merecen acabar llevando alguna de sus novelas a la pantalla, experiencia de la que David Foenkinos sale airoso con la ayuda de su hermano Stéphane, al que se le nota que ha sido director de cásting en el impresionate y ajustado reparto que consigue reunir. Ser traductor de uno mismo tiene sus ventajas, y en «La délicatesse» hay una buena traslación de lo literario a lo cinematográfico, mediante un recurso tan sencillo pero bien distribuido como el de la voz en off, que vale no solo para la protagonista, sino también para el resto de personajes, cuyos contrapuestos pensamientos resultan así accesibles al espectador.

La autoadaptación funciona porque David Foenkinos es un maestro de la sencillez, lo mismo con las palabras que con las imágenes. Posee un don para describir los detalles más simples pero a la vez emotivos, lo que se pone de manifiesto en secuencias tan breves como inolvidables. Valga a modo de ejemplo la del teléfono móvil, cuando la joven viuda concentra todo su dolor en el gesto de apretar un solo botón para borrar de la agenda el número de su difunto marido. Mediante el rescate de actos cotidianos que podrían parecer superfluos se va construyendo la filosofía de «La délicatesse», basada en la importancia vital del detallismo. En un mundo marcado por las prisas y el materialismo, son esas pequeñas cosas que nos redimen como personas las que conviene salvar.

Markus, que es de Upsala como Bergman, encarna la metáfora perfecta del detallista, o del ser delicado, según el lenguaje de David Foenkinos. Ha huido de la funcional sociedad sueca porque su ternura innata no encaja allí, y ese éxodo le ha destinado a encontrarse con la parisina ideal, o séase la mismísima Amélie. Y todo tiene lugar en una empresa con muebles de Ikea en la que ambos trabajan, pero donde se produce el prodigio de un flechazo al margen de lo frío y calculado del entorno laboral.

Nadie dentro de la película se cree la relación entre la bella Audrey Tautou y el graciosete François Damiens, lo que nos avergüenza como espectadores siempre dispuestos a juzgar con dureza y escepticismo la química existente en las parejas estelares cinematográficas.

 

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