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CRíTICA: «Los nombres del amor»

El experimento de la vitalidad híbrida en personas

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Mikel INSAUSTI

El segundo y aclamado largometraje de Michel Leclerc termina con el alumbramiento de Chang Martin Benmahmoud, hijo de Baya Benmahmoud y Arthur Martin. La madre, orgullosa de su origen musulmán, le deja su raro apellido. En cambio, el que hereda del padre es de lo más corriente, porque su familia durante la guerra trató de ocultar el ADN judío bajo una denominación afrancesadamente impersonal. Es curioso cómo se puede hacer un seguimiento de la historia a través de los nombres de la gente y su razón de ser, que es lo que Michel Leclerc quiere expresar con el título original de «Le nom des gens».

El pequeño Chang, nacido del mestizaje entre una mujer de raza árabe y un hombre judío, representa lo que su padre, que es biólogo, califica como «vitalidad híbrida», refieriéndose al cruce o apareamiento entre animales de diferentes especies y con códigos genéticos ditintos. Michel Leclerc pueba dicho experimento con personas, aplicándolo a una pareja que rompe con todas las barreras culturales existentes en el Estado francés. Semejante avance es factible gracias a la iniciativa de una joven revolucionaria, que lleva a sus relaciones sexuales el lema del Mayo del 68 «Haz el amor y no la guerra». Su método para lograr el cambio progresivo de la sociedad consiste en acostarse con amantes conservadores, a los que lanza consignas concienciadoras justo antes del momento de alcanzar el orgasmo, que es cuando más receptivos se encuentran. Las conversiones a la ideología izquierdista las resumirá en un bestseller titulado «Dans le lit des fachos».

La actriz Sara Forestier está arrolladora en su rol de activista que se autodefine como «puta política», el cual le valió un César de Mejor Actriz hace dos años, derrotando a Catherine Deneuve y Kristin Scott Thomas. Se come literalmente a su compañero de reparto Jacques Gamblin, refugiado en la vida familiar de su infancia al lado de un paternal Jacques Boudet que, en los flash-backs, aparece con su aspecto actual, porque el protagonista no se lo imagina de joven.

Ésta y otras licencias temporales nacen de la influencia de Woody Allen en el cine de Michel Leclerc.

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