Udate
The Cure, exceso excelso
Anartz BILBAO
Por problemas técnicos, comenzaron casi una hora más tarde de lo previsto ante más de 35.000 espectadores; parte de ellos los esperaban frente al escenario principal desde mucho antes. Sinceros y desnudos, tocaron 37 canciones en tres largas horas, finalizando a las 3.00. Con doce temas menos este concierto para superfans también hubiera sido memorable.
Para cuando Robert Smith apareció en escena explicando, en castellano, los problemas técnicos que produjeron la demora, la espera se había hecho larga, la expectación comenzaba a convertirse en preocupación y el gentío, que a ratos casi colapsó Kobetamendi, empezaba a dar síntomas de agotamiento –con gente subida a los tejados de las casetas de baños–. Poco importaba, porque la recompensa se intuía acorde con el esfuerzo. De tal manera que, visto desde el lado positivo, el contratiempo –¿se quemó algún ampli, fallaba el teclado?– hizo especial el espectáculo de Bilbo, al salir Robert Smith a calmar la espera –a modo de petición de excusas– tocando solo y a la guitarra acústica nada menos que tres temas. Abrió con “Three Imaginary Boys”, tema antiguo, del 79, que apenas han tocado en esta gira, y cerró con... ¡“Boys Don’t Cry”!
Medianoche, el cuarteto –quinteto, en directo– salta por fin a escena; el escenario carece de iconografía y demás parafernalia. The Cure, todos de oscuro, acompañados únicamente de dos pantallas gigantes laterales y un gran juego de luces. Suenan “Tape/Open”, “High” y “The End of the World”. A partir de ahora la constante se repite: ovación en la entrada de cada canción. Siguen con “Lovesong” y “In Between Days” y “Just like Heaven”; «Show me, show me, show me, how you do that trick...», ¿quién dijo que aquí no se habla inglés? ¡Todo el mundo canta!
Con la acústica, Smith tocó los temas menos oscuros (o góticos) y los momentos más celebrados del bolo, el de las «gemas pop». Alguien dice que con la edad se ha vuelto más divertido, otro que acostumbra a peinarse «a petardazos». El frontman entorna los ojos al cielo y se anima a bailar, a ratos, en escena. A sus flancos, Reeves Gabrels, refuerzo en las guitarras que utilizó media docena de instrumentos; Simon Gallup, entusiasta al bajo; Roger O’Donnell, impertérrito en los teclados y, detrás, Jason Cooper a la batería.
El sonido nos parece horrible –la voz genial, el resto en argamasa y el teclado mudo– hasta que abandonamos nuestra posición privilegiada. Retrasados al medio del prado, el sonido mejora mucho, hay más espacio, la gente baila. La noche decae un puntito con los temas oscuros; a ratos es estelar con los más luminosos... y suena electrónico en temas como “The Walk” y “Wrong Number”. A las 02.00, justo cuando acaba el set The Cure, ¡sorpresa! se oye «kaixo» en el Escenario 2, suena Bloc Party. El único bis de The Cure, “The Same Deep Water as You”, un tanto soso... y el sonido casi se solapa. ¿Se acabó?
Falsa alarma, la banda vuelve a escena para una traca final de impacto. Más festivos, aun suenan diez temas, en una hora que de por si sola bien valdría un concierto. Entre ellos, “The Lovecats”, “Let´s Go to Bed”, “Friday I´m in Love” –realmente es ya viernes–, “Close to Me”, “Why Can´t I Be You” y “Boys Don´t Cry”, esta vez a banda completa. Son píldoras de felicidad, ¡qué canciones!
Formada en el 76, The Cure es hoy una banda venerada, y ellos lo saben. Tocan como si el festival fuera exclusivamente para ellos –quizá sea así–, como si no existiera nadie más. Resultarían memorables siendo más concretos, sin temas de relleno, que los hubo. 37 temas son casi cuatro Lp’s completos, la extensión del bolo abruma. Pero la sinceridad y entrega de la banda, un tema tras otro, es total. “Bloodflowers” (2000) es el único disco no representado en escena, “Wish” (1992) el más repasado con seis cortes. Exponen que son una gran banda, y lo demuestran en una borrachera sonora para superfans.
El ambiente es fabuloso, las campas son un permanente vaivén de sonrisas. Sin embargo, nada justifica ya el uso de gafas oscuras. Son las 03.00 de la madrugada.