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Iker Bizkarguenaga | Periodista

Eficacia y honestidad

Constatar que el bloqueo que se había asentado en la política vasca, además de perpetuar el sufrimiento favorecía los intereses estatales sobre Euskal Herria, propició en la izquierda abertzale el debate estratégico que nos ha traído hasta aquí. Su alcance y consecuencias serán valorados mejor con la perspectiva del tiempo pero, cuando este pueblo conmemora el 500 aniversario de la conquista castellana y después de 50 años de respuesta armada, pretender solventar el tema en cinco meses además de irreal tiene un punto de mala baba. Dicen que no hay más ciego que el que no quiere ver.

En aquellos agitados meses de 2009 se hablaba de honestidad -«honestidad revolucionaria», acuñó Arnaldo Otegi antes de que se lo volvieran a llevar- y de eficacia. Y, precisamente, de eficacia habrá que empezar a hablar también ahora, al valorar la respuesta que estamos dando al mayor ataque sufrido por la clase trabajadora en décadas.

Porque si de lo que se trata es de parar la apisonadora y evitar que nos pase por encima, aún no hemos dado con la tecla. Hemos convocado mil movilizaciones y protagonizado cuatro huelgas generales, a cada cual más exitosa. Y en camino estamos de la quinta, pertinente y que tendrá también una gran respuesta. Pero nos siguen zumbando. Habrá que pensar por tanto que necesitamos ir más allá y articular una respuesta en clave de país, que implique a sindicatos, agentes sociales, partidos e instituciones, de forma concertada y con el acompañamiento de la sociedad. O vamos juntos o lo tenemos crudo.

Y en ese camino, me parece fuera de lugar el cargar tintas contra quien debería ser aliado, descalificando de forma gratuita -¿a cuenta de qué?- una movilización como la de ayer en Bilbo. Cuando, además, las personas que se sienten representadas por los convocantes, currelas en su gran mayoría, es eso lo que esperan de una fuerza que se reclama de izquierdas y que se reivindica defensora de los intereses de la clase obrera. Lo mismo si ocurriera al revés.

Si el objetivo es el que se proclama, unir fuerzas para frenar la embestida del capital, sobran los cálculos. No es tiempo de contar cuántas banderas lleva cada uno en la mani, ni de cronometrar cuántos minutos habla cada cual desde el atril. Es momento de mirar como pueblo para no tener que lamentarnos otra vez dentro de 500 años.

Ha llegado el momento de ser eficaces. Y ante todo, honestos.

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