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Arte

Sistema y proceso

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Arturo / Fito Rodríguez Bornaetxea

La muestra de Elena Asins que acoge la sala Koldo Mitxelena de Donostia nos acerca una obra singular y de raíz conceptual que, partiendo del cálculo y de la forma geométrica, llega hasta el territorio del movimiento y del audiovisual. Una muestra sobria pero explícita que nos descubre la coherencia de toda una trayectoria.

Llama la atención, nada más abordar la visita de esta muestra, el requerimiento que la propia Asins (Madrid, 1940) hace al público a través del texto de presentación: «Quiero pedir al público algo de detención y de memorización de los signos o figuras, un detenimiento preciso que va más allá de la mera visualización, un procesamiento de los datos aquí presentes, porque en una comprensión total reside el valor de toda obra, de todo hacer humano».

Elena Asins ha sido la encargada en el Estado español de recoger la tradición constructiva de la vanguardia del siglo XX, de combinarla con la computación y con la teoría de la información que comenzaba a desarrollarse en los años sesenta, atravesando el arte óptico y el minimalismo para abordar nuevos territorios de investigación. Su trabajo asumió durante aquellos años la teoría de cálculo y de los algoritmos como un mecanismo de conocimiento para llevar a cabo sus propuestas artísticas, pero su campo de producción nunca ha dejado de ensancharse. Asins es una de las pioneras del arte asistido por ordenador, pero también la representante más destacada de un conceptualismo que investiga y analiza el lenguaje plástico como sistema y como proceso. La artista, afincada en Nafarroa, nunca se ha limitado al formalismo, sino que ha trabajado en un amplio abanico de formatos: poesía concreta, ensayo, dibujo, escultura, instalación o video, vinculando su trabajo a la música (como en la presente muestra en la colabora con el músico Gorka Alda), y también a la arquitectura o el urbanismo (como en su conocida obra instalada permanentemente en el malecón de Zarautz).

«Encuentros tardíos»

De modo que la llamada que hace Asins en el texto que recibe al espectador de la muestra ha de ser tenida muy en cuenta, pues la exposición «Encuentros tardíos» se presenta como una secuencia de obras e instalaciones con sentido unitivo; como una sucesión de obras retomadas, rescatadas, inéditas o recientes, que coinciden en este lugar y en este momento pero que necesitan de una atención visual y de una intención reflexiva. De este modo las obras se mostrarán conectadas por una misma voluntad experimental y estarán presididas por una misma coherencia expresiva; solo así las diferentes estancias (o frases) que conforman la muestra podrán componer el discurso que es la exposición. Entender y atender a los signos, procesar sus formas más allá del mero registro visual para captar el susurro de su composición y de su significado es pues una exigencia en esta visita.

La parte central del espacio expositivo está recorrido por una línea de cuarenta menhires, cada uno de los cuales sufre un mismo corte en una de sus caras. Este corte (de alguna manera una acción y no tanto un gesto), resulta ser el elemento central de la muestra, un elemento que se manifiesta de distintas maneras, incluso cuando no lleguemos a verlo, pero que articula el diálogo de las piezas entre sí.

Esta columna vertebral de la exposición, la línea de menhires, sirve para expandir el sentido de ese «corte» a las estancias periféricas del espacio de exposición. En la primera de ellas un conjunto de ejercicios audiovisuales se proyectan con distintos ritmos en la que podría ser la más confusa de estas extensiones. En la sala contigua encontramos justamente lo contrario: la abrumadora solución formal es aquí una sala negra, un espacio vacío y ciego delimitado por lo que se intuye como una construcción. Esta «no - instalación» proclama en silencio que la obra es lo que no se ve: aquello que se hace evidente por su ausencia. La obra aquí es definitivamente una idea, y por más que intentemos explorar este espacio oscuro con las manos las sensaciones se tornarán ideas. Fundido a negro.

Otra de las estancias está dedicada a la correspondencia entre el filósofo Wittgenstein (figura a la que la autora ha dedicado especial atención) y su amigo el arquitecto Paul Engelmann, una de las pocas personas que entendieron la importancia de lo escrito en el Tractatus. Esta relación epistolar, que se centra en la idea del dolor, inspira a Asins una pieza audiovisual en la que los planos geométricos, planos que llevan incorporada aquí una característica dramática del corte, se pliegan con acierto a la música compuesta por Gorka Alda.

Una serie de serigrafías realizadas en Arteleku durante la realización de un taller de Pepe Albacete, y con la especial implicación de la artista Nerea Zapirain, componen esta muestra sobria y compacta. La sala de documentación añade una importante información sobre el sentido de este trabajo y nos permite acceder a la obra de Elena Asins a través de la propia voz de la artista.

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