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CRíTICA: «Margaret»

Las injusticias de las que hablan los adolescentes

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Mikel INSAUSTI

Como película maldita por excelencia del nuevo milenio, «Margaret» ha divido a la crítica en su tardío y polémico estreno. Están los que ven en ella una obra maestra injustamente tratada, y luego los que la consideran inacabada y confusa. Al sentirme identificado con el primer grupo, me toca justificar mi admiración por Kenneth Lonergan, a quien catalogo como uno de los mayores genios del teatro y del cine actuales.

Creo que la mayoría de los opinantes sobre el contencioso «Margaret» se han perdido en las discusiones acerca de la duración de la película, viendo como único motivo de enfrentamiento entre el cineasta y la productora la disputa por el derecho a un montaje completo de tres horas como mínimo, no aceptando otra versión reducida. Por contra, estoy convencido de que el problema no es ese, y de que dure lo que dure, «Margaret» nunca encajará en los canales de ditribución comerciales debido esencialmente a su contenido y tratamiento.

Lo tiene todo en contra, más aún al ser presentada siete años después de su rodaje, con los ya desaparecidos Sydney Pollack y Anthony Minghella en la producción. Para empezar, un drama maduro protagonizado por una adolescente no tiene salida. Tampoco el retrato de Manhattan bajo el efecto depresivo del 11-S, con un peso ambiental en dirección opuesta a las ganas de olvidar de los ciudadanos estadounidenses. Y el climax operístico de la película abarca la representación escénica del aria «Belle nuit, ô nuit d'amour», perteneciente a la ópera de Offenbach «Los cuentos de Hoffman», y sólo apta para melómanos.

La protagónica Anna Paquin, rejuvenecida para la ocasión, no busca la empatía con el público. Se muestra como una adolescente caprichosa e insoportable que, pese a formar parte de una generación acomodada, no tolera las injusticias del mundo adulto. Su exigencia le lleva a la búsqueda de un perfeccionismo controlado, dentro de un nuevo orden en el cual los errores cometidos por los mayores de edad han de ser duramente castigados. Sus contradicciones personales son la expresión certera de una sociedad en descomposición que provoca reacciones involucionistas en los jóvenes.

 

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