Emanuele Crialese hace cine social de tradición neorrealista accesible para un público amplio, lo que explicaría la ambición de su anterior realización sobre el éxodo italiano de principios de siglo pasado a los Estados Unidos en «Nuevo Mundo». En su nueva realización, premiada en Venecia, habla de otra inmigración, la de los africanos que intentan alcanzar las costas italianas en pateras.

El problema es visto desde el punto de vista de los pescadores sicilianos, quienes, aún sufriendo las desastrosas consecuencias económicas de la desaparición de la flota, se muestran solidarios con los que llegan en condiciones todavía peores. Al igual que sucedía en «Le Havre» o en «Welcome», el protagonista se meterá en problemas por tratar de ayudar a los ilegales, proporcionándoles un techo y comida. Las medidas de expulsión decretadas por Berlusconi les afectarán de lleno, por la obligación de denunciar a los «sin papeles».

Todo ello no hace sino agravar una situación ya de por sí en precario, al no encontrar una reconversión para el sector pesquero, dada la imposibilidad de hacerse un sitio en el negocio turístico debido a la falta de permisos para transportar turistas en sus barcos de pesca.

El joven nieto de pescador, que perdió tres años atrás a su padre en la mar, se desvive por echar una mano a su madre sin conseguirlo. Su abuelo es el último que sale a fanear, como si fuese un superviviente de los sicilianos que retrataron en sus documentos etnográficos Rossellini y Visconti a mediados de los años 50, respectivamente en «Stromboli» y «La terra trema». No deja de ser irónico que la película se estrene en plena temporada veraniega, cuando muestra la otra cara del espejismo vacacional.