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Crónica | desde siria

El conflicto sirio devuelve a la salma a la edad de piedra

Cuando los combatientes del Ejército Sirio Libre regresan a Salma procedentes del frente de Doureen, deben atravesar a toda velocidad las deshabitadas y desoladas calles de la parte oriental de la ciudad para evitar ser objetivo fácil de la artillería del Ejército regular sirio.

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David MESEGUER | Salma

El destino es la plaza principal, a donde acuden a buscar alimentos y bidones de gasolina para aprovisionar el frente.

«Mira estas patatas. Ni un animal podría comérselas», explica irritado Ibrahim, el propietario de la única tienda de comestibles, mientras muestra unas cajas de verdura semivacías y en avanzado estado de descomposición. «Los bombardeos constantes y los checkpoints en las carreteras principales dificultan el abastecimiento», comenta.

Eso se traduce en la escasez de productos de primera necesidad y en la subida de precios. Salma contaba con una población de 6.000 habitantes antes del inicio de la revuelta y era segunda residencia habitual de muchos sirios con cierto poder adquisitivo debido a sus suaves temperaturas en verano. «Prácticamente no quedan civiles y la gran mayoría de los compradores son combatientes».

Sobrevivir a la artillería

Grandes amasijos de escombros y edificios destruidos configuran la devastada orografía de esta ciudad donde destaca el minarete de la mezquita principal con un gran boquete. En sus calles, los civiles se ven con cuentagotas, pero ocasionalmente salen de sus casas para aprovisionarse. Es el caso de Yara y sus dos hijos, que acarrean tres grandes bidones de agua desde una fuente hacia su casa. «Por culpa de la guerra hemos vuelto a la Edad de Piedra», exclama indignada. Los bombardeos constantes han dañado gravemente las infraestructuras y el suministro de electricidad y agua potable está cortado. Únicamente los grupos electrógenos traídos a la ciudad proporcionan energía eléctrica durante determinadas horas al día.

A tan solo un centenar de metros de la tienda de comestibles se encuentra la farmacia, otro de los pocos negocios abiertos. «Desde que empezó la revolución no he cerrado ni un solo día», exclama orgullosa Marian, su propietaria. Los estantes están a rebosar de productos. «Cuando empezó la revuelta, almacené gran cantidad de stock de medicamentos», afirma.

La gran mayoría de los productos los despacha gratis. Para poder financiar la compra de más medicamentos, hace unos meses se puso en contacto con el Consejo Nacional Sirio (CNS), con sede en Estambul, pero no ha obtenido respuesta.

Salma se encuentra en la región montañosa de Jabal al-Akrad, zona bajo control del ESL que se extiende desde la frontera de Turquía hasta la ciudad de Al-Haffah, cercana a Al-Qardahah, lugar de nacimiento del padre del presidente, Hafez al Assad. La milicia «Emigrantes de Alá» es la encargada de su defensa y de mantener el frente occidental. Las fuerzas del régimen se emplean con contundencia debido a la proximidad de Latakia y la gran cantidad de villas alauíes, en su mayoría partidarias del régimen.

Salvar vidas sin medios

En el subterráneo de un edificio se encuentra un hospital clandestino. «Lleva abierto meses y durante ese tiempo han fallecido 15 personas en nuestras manos», se lamenta Mohammed, el doctor de guardia.

«Para las operaciones que no revisten gravedad disponemos de utensilios pero si el caso es extremo y el herido puede estabilizarse tratamos de evacuarlo hacia Turquía lo más rápido posible», indica el médico.

Abo Amar, el responsable de los Comités Locales de Coordinación en la región, está tratando de tejer vínculos entre los ciudadanos de las diferentes aldeas de la zona para poder obtener información de primera mano. Su función es documentar lo que ocurre en Selma, organizar las manifestaciones de cada viernes, coordinar la evacuación de refugiados hacia la vecina Turquía y tratar de buscar fondos económicos para financiar la revuelta.

«He hablado con el Comité General para recibir apoyo económico pero la ayuda no llega. Mientras que el ESL sí que recibe dinero para comprar armas, la revolución civil ha sido relegada a un segundo plano», comenta enrabietado este joven venido de Latakia.

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