Exilliados en la nada
Tras el desmantelamiento por la fuerza del campamento Gdeim Izik en 2010 y la brutal represión que se va acrecentando en los territorios ocupados por Marruecos, familias enteras de saharauis se han visto obligadas a exiliarse en Argelia. Muchos son capturados en su intento al cruzar al territorio controlado por el Frente Polisario.
Andoni LUBAKI | Rabouni
En los últimos meses, cientos de personas han cruzado el muro minado -2.500 kilómetros de arena y piedra, custodiado por unos 20.000 soldados alauíes- que separa el Sahara Occidental ocupado por Marruecos de las zonas liberadas del Polisario. «No hay datos exactos acerca de la cantidad de personas que han cruzado el muro o la frontera de Mauritania para venir a refugiarse a los campamentos», declara a GARA Abdeslam Omar, presidente de AFAPREDESA (Asociación de Familiares de Presos y Desaparecidos Saharauis). Las autoridades del Polisario sí han notado cómo después del desmantelamiento del campamento de Gdeim Izik el número de personas que abandona sus casas por temor a represalias ha aumentado. «Normalmente se quedan en casa de amigos o familiares, aquí en los campamentos. Pero los que no tienen a nadie, se quedan o bien en la asociación o bien en zonas habilitadas por el Polisario, como puede ser el protocolo de Rabouni», añade Abdeslam desde su oficina en la sede de AFAPREDESA en Rabouni.
Muchos de ellos se escapan después de haber sido torturados en los calabozos de las comisarías del Ejército alauí. Otros están desaparecidos y ni siquiera sus familias saben dónde se encuentran. Algunos -incluso hoy día- aparecen muertos con evidentes signos de tortura, en alguna cuneta.
Los que consiguen llegar sanos y salvos a la parte controlada por el Frente Polisario, cuentan verdaderas atrocidades cometidas por las autoridades ocupantes. «La Cárcel Negra es la más conocida prisión secreta del Sahara Occidental. Solo oír su nombre eriza los pelos de muchos de nosotros. Una cantidad indeterminada de prisioneros se encuentran en condiciones de insalubridad total y las torturas son diarias», prosigue Abdeslam. Al preguntar por el modo en el que cruzan el muro -rodeado por alrededor de 7 millones de minas, según estimaciones de la ONU- la respuesta se diluye. «Hay veces que pagas a algún centinela, otros contratas a una persona que sepa por dónde escapar. En la mayoría de los casos debes esperar sin que te localicen, más de un día a la intemperie y sin hacer apenas ruido. Cuando llega la noche es cuando rezas y corres hacia el otro lado. En el camino te pueden encontrar, puedes pisar una mina o puedes tener cualquier otro percance, pero es mejor que permanecer en la cárcel de los marroquíes», afirma Sheij Abdel desde su habitación de la asociación AFAPREDESA.
Los que consiguen cruzar el muro deambulan por el desierto, con una temperatura que ronda los 50º, en busca de patrullas del Frente Polisario. Estos, a su vez, les dan agua y comida y les intentan ayudar en su trayecto hacia los campamentos -que se encuentran a varios cientos de kilómetros, en el mejor de los casos-. Todos ellos, al llegar a un sitio seguro, queman toda documentación que les vincule con el Estado marroquí en hogueras que se prenden para hacer el té saharaui.
«Recorrí mi patria libre»
Los más afortunados pueden cruzar la frontera con Mauritania. Sidi Ahmed cuenta su peripecia para poder cruzar la frontera mauritana. «Solo avisé a mi familia cercana que me tenía que exiliar a Argelia. Viajé desde Laayoune hasta Dajhla con un familiar pagando en todos los checkpoint que el Ejército marroquí tiene en la carretera. No tenía ningún carnet de identificación, ni siquiera una fotocopia. En Dajhla esperé una semana, tras la cual un amigo que se dirigía a Mauritania se prestó para llevarme. En la frontera de Guerguerat la Policía no me quería dejar pasar sin papeles. Sospechaban que huía de algo. Al final soborné a un oficial con casi 2.000 euros y me dejó pasar. Al llegar a Mauritania pasó lo mismo. Tuve que pagarles también, aunque esta vez menos. Y ya de ahí, pude pasar a territorio saharaui, tras un descanso en Nouadibou (Mauritania) de dos semanas en casa de unos amigos que me dieron cobijo. Recorrí los 1.800 kilómetros por terreno saharaui, mi patria libre, en coches de nómadas y camiones cisterna», relata Sidi Ahmed en la haima de un amigo que vive en los campamentos de refugiados.
Pasa las horas viendo la televisión, haciendo té y discutiendo de cualquier tema con cualquiera que entre en su morada. Dice que sí ha podido contactar con su familia. «La Policía marroquí pregunta por mi día sí y día también. Ahora tengo miedo de que tomen represalias contra mi familia. Me gustaría que mi mujer y mi hija de dos años vinieran aquí, pero va a ser muy difícil. La Policía los tiene muy vigilados y no tengo más dinero para sobornar a funcionarios. ¡Que Dios se apiade de nosotros!».
ReaGrupamiento familiar
Desde que se firmó el acuerdo de alto el fuego, en 1991, ACNUR ha puesto en marcha un plan para que familias separadas por el muro puedan volver a verse después de tantos años. Dicho programa se llama «Programa de Medidas de Confianza» (CBM por sus siglas en inglés). Sin embargo, este plan está resultando muy difícil de llevar a cabo. 40.000 saharauis pidieron ser admitidos en este proyecto; 13.000 fueron aceptados; 25.000 están a la espera de una respuesta (desde hace ocho años) y 2.400 han sido rechazados por Rabat. Marruecos impide sistemáticamente la entrada a todo aquel activista que se haya escapado del territorio ocupado en los últimos 20 años. Alega que «la entrada de dichos individuos en terreno soberano marroquí supone un grave peligro para la seguridad en la zona». También aduce que «la familia del solicitante no quiere recibirle».
Uno de los casos más sonados fue el de Mohammed Halab, en el año 2011. Entonces le denegaron por cuarta vez visitar a su familia en la ciudad ocupada de Laayoune. Al prohibirle el acceso y ante la pasividad de los altos responsables de ACNUR decidió comenzar una huelga de hambre. «Le acusaban de haber participado, cuando era menor de edad y vivía en El Aaiún, en manifestaciones que reclamaban la independencia del Sahara y el respeto a los derechos humanos. Se le acusa de alterar el orden público, tirar piedras, atentar contra la seguridad del Estado y otras acusaciones que nada tienen que ver con el código penal marroquí», aclara Abdeslam Omar. Tras 29 días en huelga de hambre y después de la visita de la alta comisionada de ACNUR, consiguió visitar a su familia en territorio ocupado. No sin antes pagar un alto precio en salud por el derecho a viajar a su tierra.
Buscando un futuro mejor
«Hay gente que, asqueada con la pobreza, decide regresar a los territorios ocupados, olvidarse de la lucha y ser un ciudadano saharaui al servicio del reino de Marruecos», afirma Baba uld Brahim. Este joven activista saharaui, afincado en el campamento de refugiados de Smara, sabe mucho de eso. Afirma que hay familias que se desplazan a territorio ocupado, pero que «muchos regresan al cabo de pocos años, ya que a su vuelta se encuentran con un panorama peor de lo que se imaginaban». Con promesas de concederles el santo trinomio de «casa, coche y trabajo» hay personas que cruzan el muro. «Pero esas promesas son falsas. Yo mismo fui a buscarme un futuro mejor al territorio ocupado. Sin embargo, no encontré a mi llegada ni casa, ni coche, ni trabajo. Lo que me encontré fueron interrogatorios, el desprecio de la gente, incluso de los saharauis -que me veían como un traidor-. Yo solo quería un futuro mejor del que me espera aquí, en los campamentos. Al final decidí regresar, prefiero la libertad de aquí aunque sea pobre para toda la vida a ser pobre y esclavo de Mohammed VI», sostiene.
Desde que los saharauis se exiliaran allá por el año 1975 en tierras argelinas -tras el abandono del Estado Español de la antigua colonia en manos de Marruecos y Mauritania-, las casi 250.000 personas huídas viven en campamentos de refugiados. Nadie sabe con certeza cuántos son exactamente. No hay un registro fiable de los habitantes que tienen los cinco campamentos. Llamados Dajhla, Laayoune, Smara, 27 de Febrero y Auserd, estos campamentos (excepto el 27 de Febrero) llevan el nombre de ciudades del territorio ocupado por Marruecos.
El Sahara Occidental está actualmente divido en dos. Un muro infranqueable de piedra, arena y minas antipersona recorre casi 2.500 kilómetros, fracturando el desierto de norte a sur. Al oeste del muro -controlado por Marruecos- está el mar, los recursos pesqueros, las minas de fosfato y las grandes ciudades. Al este, el desierto controlado por el Polisario.
Aún hoy, más de 20 años después del alto el fuego auspiciado por la ONU, la gente intenta cruzar el muro hacia un lado u otro. Ni siquiera ACNUR -misión de la ONU para ayuda de los refugiados- tiene datos exactos de los movimientos. Hay organizaciones prosaharauis que manejan datos que hablan de cientos de fugados de la parte marroquí. Marruecos habla de «fugados de los campos de secuestrados del Polisario» para referirse a las personas que cruzan a la otra parte del muro.
Aunque en estos últimos años, muchas de las familias que cruzaron el muro hacia la parte del oeste están regresando a los campamentos. Todos denuncian la represión y el hostigamiento que sufren. Fuentes de ACNUR consultadas por GARA, que prefieren mantener el anonimato, dicen que son muchas más personas las que cruzan el muro hacia territorio del Frente Polisario que hacia tierras ocupadas por Marruecos.
El referéndum que la ONU prometió celebrar en el año 1991, no se ha llevado a cabo todavía. Los continuos bloqueos que el Gobierno de Rabat pone para la celebración de dicha consulta, hace que muchos de los que esperan en los campamentos de refugiados intenten buscar un futuro mejor. Los que tienen dinero o acceso a un pasaporte argelino intentan llegar al Estado español, los que no lo tienen esperan el día de la votación. En cambio, los que habitan en las zonas ocupadas, y poseen dinero, intentan cruzar el mar hasta Canarias o probar suerte cruzando al otro lado del muro. Bien sea jugándose el tipo o sobornando a funcionarios de la frontera con Mauritania, la gente busca escapar de la que muchos analistas -entre ellos Noam Chomsky- consideran la mayor cárcel al aire libre del mundo. A.L.