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Norma Jeane, 50 años a la sombra de Marilyn Monroe

El 5 de agosto de 1962 Norma Jeane fue hallada sin vida. Se dijo que su muerte fue por «una enfermedad aguda de envenenamiento por barbitúricos» y fue catalogada como un «posible suicidio», pero debido a la falta de evidencia, su muerte no fue clasificada como «suicidio». Tal vez ni siquiera importen los detalles de una muerte que para muchos estaba anunciada y que no es más que el triste epílogo de la vida de una mujer llamada Norma Jeane y de la coronación de un mito llamado Marilyn Monroe.

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Koldo Landaluze

Los flashes de las cámaras iluminan una habitación gobernada por una cama desordenada de sábanas de seda. Un grupo de policías irrumpe en la estancia, uno de ellos, -el agente D- es mormón y odia a Marilyn Monroe. Masculla un sermón sobre almas pecadoras mientras mastica nerviosamente un chicle. A su lado, el agente H enciende un cigarro y se deja caer pesadamente sobre una silla que se encuentra junto a la cama donde yace sin vida la rubia que se atrevió a cantar «Happy Birthay, Mr President» . El agente H ama a Marilyn Monroe. Mueve nerviosamente las manos mientras recorre con su mirada el cuerpo sin vida de la diosa de celuloide y ahoga un suspiro. En esta habitación se concentra todo el calor de agosto.

Meses atrás, en este mismo escenario, Marilyn yacía semidesnuda en la cama de sábanas de seda.

De repente encendió una grabadora y comenzó a hablar. Sola. O no tan sola. Su interlocutor, la persona a quien dirigía sus palabras, no está ahí, pero existe. Es su psiquiatra, el doctor Ralph Greenson, el mismo que le ha ayudado a elegir su casa sobre Fifth Helena Drive. «Usted es la única persona que conocerá los pensamientos más privados y más secretos de Marilyn Monroe -dice la voz que quedó grabada en cinta magnetofónica-. Tengo la absoluta confianza de que usted jamás dará a conocer a ningún ser vivo lo que yo le cuento».

Años más tarde, la confianza de Marilyn/Norma Jeane será traicionada: el mundo entero conocerá esos pensamientos, pero no a través del doctor Greenson, que murió en 1979 sin dejar rastro de las cintas como había prometido. Marilyn va a morir de una sobredosis de barbitúricos dos meses después de terminar la grabación de estas confesiones, exactamente el 5 de agosto de 1962. Unos días después, un fiscal de distrito llamado John Miner llegará hasta el consultorio del doctor Greenson para entrevistarlo. Será durante ese breve encuentro cuando el psiquiatra le deje escuchar la voz de Marilyn. Miner, que tampoco cree en la hipótesis del suicidio, tomará notas casi textuales.

Al cabo de cuarenta y tres años el fiscal romperá su promesa al psiquiatra y permitirá que el diario «Los Angeles Times» publique las transcripciones completas de las cintas grabadas por Marilyn.

En los días previos a estas grabaciones, Greenson le ha indicado a su paciente que se atreva con el monólogo de Molly Bloom y que dé un giro al concepto de «ser la mujer más deseada del planeta». Los labios de Marilyn susurran a la grabadora: «Aprieto play y digo cualquier cosa que esté pensando, como lo hago ahora. Es realmente fácil. Estoy recostada sobre mi cama vistiendo sólo un corpiño. Si quiero ir a la heladera o al baño, aprieto el botón de stop y empiezo de nuevo cuando quiero. No hay problema».

Es un caluroso mes de junio y quizás por ese motivo, Marilyn recorre desnuda la habitación. No hace mucho cumplió los 36 años y el paso del tiempo la perturba. Se ha examinado concienzudamente frente el espejo y ahora, vuelve a apretar el play: «Ayer me paré desnuda frente a mis espejos por un buen rato. Estaba maquillada y me había peinado el cabello. Qué fue lo que vi. Mis pechos están empezando a caerse un poco... Mi cintura no está mal. Mi culo es lo que debe ser, el mejor de todos. Piernas, rodillas y tobillos, todavía en forma. Y mis pies no son demasiado grandes. OK Marilyn, lo tienes todo en su sitio. Es tiempo de decisiones».

Hace poco estuvo filmando una película que nunca llegará a estrenarse -«Something 's Got to Give»- para la 20th Century Fox, pero los directivos de la compañía le rescindieron el contrato por sus constantes retrasos en el rodaje y su adicción a los barbitúricos. Un mes antes, en mayo, mientras todavía estaba filmando, se escapó durante siete días a Nueva York para cantarle, con toda la sensualidad de la que fue capaz, «Feliz Cumpleaños» a John Fitzgerald Kennedy. Dicen que Jackye Kennedy rasgó con sus uñas los posabrazos del sillón.

Desde aquel «Happy Birthay», los rumores se acumulan. Jackye se enfurece y el todopoderoso director del FBI, J. Edgar Hoover, es más feliz que un niño con zapatos nuevos mientras ordena atiborrar de micrófonos la habitación de Marilyn y comparte sus investigaciones presidenciales con el otro gran cotilla de Estados Unidos, el enloquecido magnate Howard Hughes. A JFK no le gustó aquel «Happy Birthay». Marilyn pulsa la tecla del play: «Marilyn Monroe es un soldado. Su comandante en jefe es el hombre más grande y poderoso del mundo -graba en la cinta del magnetófono-. Este hombre va a cambiar el país. Ningún niño pasará hambre. Nadie dormirá en la calle ni comerá de la basura. La gente que hoy no puede pagarlo tendrá seguro médico. Nuestra industria será la mejor del mundo. Transformará la América de hoy como FDR (Franklin Delano Roosevelt) hizo en los años 30 (...) Yo nunca le avergonzaría. Mientras tenga memoria, siempre tendré a John Fitzgerald Kennedy». Pero lo que nadie sabe es que Marilyn, a quien todos consideran la rubia tonta, está teniendo un romance con el hermano de JFK, con Bobby Kennedy y desea acabar cuanto antes con esta relación.

«Doctor -confiesa la voz-, no sé qué hacer con Bobby. Como usted ve no hay lugar en mi vida para él. Supongo que no tengo el coraje suficiente para enfrentarme a la situación y lastimarlo. Quiero que sea otra persona la que le diga que lo nuestro terminó. Intenté que fuera el presidente, pero no pude encontrarlo. Ahora me alegro. Es demasiado importante como para pedirle algo así. Usted sabe cuando le canté Feliz Cumpleaños ... A lo mejor debería dejar de ser una cobarde y decírselo yo. Pero como sé cuánto le va a doler no tengo el valor para hacerlo».

Marilyn ha pensado mucho sobre este enrevesado asunto erótico-presidencial y tiene una teoría sobre los sentimientos del menor de los Kennedy. «Pienso que lo que pasó con Bobby fue que dejó de tener buen sexo con su esposa por un tiempo... Bueno, cuando empieza a tener sexo con el cuerpo que todos los hombres quieren, su moral católica tiene que encontrar una manera de justificar el engaño a su mujer. Entonces el amor se convierte en su excusa. Y si amas lo suficiente no lo puedes evitar y no puedes ser culpable de nada. Muy bien doctor, ese es el análisis de Marilyn Monroe sobre el amor de Bobby por mí».

A pesar del despido de la Fox, Marilyn se muestra optimista. Planea subirse a los escenarios para interpretar textos de Shakespeare y quiere ganar un Óscar. Las grabaciones nos advierten de que es una mujer feliz. La cinta magnetofónica continúa girando: «Lo que le dije cuando comencé a ser su paciente es verdad: nunca había tenido un orgasmo. Me acuerdo bien de que usted me dijo que eso sucede en la mente, no en los genitales, y que había un obstáculo en mi mente que me impedía tener uno, que era por algo que me pasó cuando era muy joven [Marilyn fue violada por un tío suyo], algo de lo que me sentía tan culpable que no me permitía disfrutar del mayor placer que existe. Nunca lloré tan fuerte como lo hice después de mi primer orgasmo. Fue por los años en los que nunca había tenido uno. Qué años perdidos».

Cae la noche, el calor insiste, enciende el ventilador y se sirve un trago de tequila. El sabor le devuelve recuerdos: la habitación de estilo mexicano de Joan Crawford. Marilyn aprieta el Play y susurra al micrófono para deleite de los chicos de Hoover, que desde una casa vecina, siguen al detalle esta confesión: «Oh sí, Crawford ... Fuimos a la habitación de Joan...Ella estaba muy apasionada y gritaba como una maníaca. La siguiente ocasión que la vi, ella quería seguirme. Le dije a la cara que no me gustaba hacerlo con mujeres. Después de que la desplanté, se volvió odiosa conmigo».

Antes de que termine el año Crawford va a estrenar «¿Qué fue de Baby Jane?», ese magnífico y despiadado duelo interpretativo que mantuvo con la mismísima Loba, Bette Davies, y que la eternizará en el firmamento de las grandes actrices, un lugar al que le fue denegada la entrada a Marilyn. Si hubiera existido el diablo, Marilyn le hubiera vendido su alma sin dudarlo con tal de figurar en el Olimpo de Hollywood. Pero, a falta de diablo, se casó con un intelectual, Arthur Miller.

Cae el telón de la última noche, ya no quedan cintas para ser escuchadas. Quizás fragmentos en los que Marilyn prolonga sus confesiones de alcoba y sus anhelos interpretativos. Al igual que el agente H, el jugador de béisbol Joe DiMaggio también llora la muerte de Marilyn y sería injusto no regalarle un último susurro atrapado en un micrófono: «Joe D ama a Marilyn Monroe y siempre lo hará. Yo lo amo y siempre lo haré. Pero Joe no pudo permanecer casado con Marilyn Monroe, la famosa estrella de cine. Joe tiene en su terca cabeza la imagen de una tradicional esposa italiana. Una esposa fiel, que hace lo que él le pide y se dedica entera a él. Doctor, usted sabe que esa no soy yo».

 
Marilyn, larrosa eta klabelin

En 1942, Marilyn no se casó por amor sino porque entonces vivía con una tía que agonizaba y temía volver a un internado y quería escapar de los abusos sexuales de su tío. Las razones de su temprana boda con Jim Dougherty, vecino suyo y obrero de una compañía aérea, varían según los distintos biógrafos de la estrella. Ella también trabajaba como operaria cuando Dougherty marchó a la guerra, pero un fotógrafo la descubrió en la fábrica y le hizo unas fotos. La imagen de Norma Jeane cruzó el Atlántico y causó sensación. «Yo era consciente de cuánto atraía a los hombres -explicó años después-. Mis compañeros de la planta aérea solían piropearme y una vez el capataz me colocó detrás de una mampara para que no distrajera a los hombres».

No tardó en abandonar fábrica y marido. Comenzó a trabajar como modelo y a recorrer las agencias de artistas. Cambió su nombre y el color de su cabello: desde entonces sería la rubia Marilyn Monroe. A los veinte años consiguió su primer contrato -por seis meses- con la Twentieth Century Fox. A partir de ese instante desapareció la mujer y entró a escena el mito. Su vida fue un caos, un montaje despiadado y ella nunca fue la tonta que querían vender los grandes estudios. Quizás ese fue su mayor drama. Junto con las rosas rojas que por veinte años Di Maggio le envió tres veces por semana, depositamos la oración que Ernesto Cardenal le dedicó: «Señor, recibe a esta muchacha conocida en toda la Tierra con el nombre de Marilyn Monroe, aunque ese no era su verdadero nombre (pero Tú conoces su verdadero nombre, el de la huerfanita violada a los 9 años y la empleadita de tienda que a los 16 se había querido matar) y que ahora se presenta ante Ti sin ningún maquillaje, sin su agente de prensa, sin fotógrafos y sin firmar autógrafos, sola como un astronauta frente a la noche espacial». K. L.

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