Raimundo Fitero
Triangular
La prioridad se decide en un escalón invisible: los llantos por Chavela Vargas, el hombre bala en los juegos olímpicos o esa llegada a Marte que nos cuentan desde la NASA. Viví, bebí, amé, así se describía Chavela Vargas, noventa y tres años de vida en el sentido más extenso del término. Una vida rozando la catástrofe, un cuerpo flotando en litros de alcohol, una idea de la mismidad que se acerca a la rebelión contra el destino, contra una sociedad que aprieta hasta el ahogo. Ella supuró llanto, trascendencia, luminosa oscuridad, garganta pastosa para aclarar las emociones más primarias, por encima de toda obviedad y de toda convención. Nos ayudó a amanecer en los brazos de la circunstancia, a amar más allá del último trago, a vislumbrar en el delirio la única variedad de humanidad no administrable en dosis ni recetas. La escuchamos con estupefacción, sobrecogidos por esa llamada del averno habitable y la cantamos a berridos desesperados, cuando la pena nos arañaba más que el mezcal. La seguiremos escuchando en las noches que necesitemos el refugio de su desgarro para sobrevivir a nuestra propia ausencia y desmemoria.
Lo del jamaicano Usain Bolt forma parte de una epopeya entre el hombre en relación al espacio y al tiempo. Filosofía pura, energía que se transforma en movimiento más allá del viento y del concepto. Conocer el resultado final, lo que tiene de estadística, es un resumen corto de su hazaña, aunque se encarame al olimpo de los récords. Lo verdaderamente impresionante es visionar la carrera, su progresión, su aceleración, esa distancia que logra en cien metros con sus magníficos contrincantes. Es un hombre que persigue a los dioses, que probablemente no habrá escuchado nunca a Chavela Vargas, porque su música es otra, más timbrada.
Lo de Marte entra en otro apartado de la ficción, de la idea de progreso, de la investigación. En directo, al segundo, presentado como un gran hito de la humanidad. Esas expediciones forman parte de una estrategia militar que no acaba de instalarse en el imaginario colectivo como un avance, simplemente como un acto de propaganda. Buscar vestigios de vida en Marte es una obsesión que nunca cantó Chavela.