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Raimundo Fitero

A discreción

 

Las imágenes de la matanza de mineros por los disparos a pocos metros de docenas de policías en Sudáfrica nos provocan una sensación de descalabro, de eterno retorno a tiempos salvajes. Porque en un mismo noticiario televisivo vemos otras imágenes de una batalla campal en Mallorca entre neonazis alemanes contra manteros, y nos cuesta mucho desligar los anillos de conexión. En una de las televisiones que abren con las imágenes de los trabajadores de las minas de platino, se señala que entre los policías habían muy pocos blancos; en cambio, entre los mineros asesinados no había ninguno, aunque no lo dijeran. Y probablemente quien mandó disparar fuera blanco. Es lo de siempre, una lucha de clases, que se añade a una estructura policial de antaño dedicada a preservar durante décadas los intereses de los blancos, que eran los dueños de bienes, haciendas y vidas, y que muchos de ellos se mantienen con sus privilegios.

El fuego a discreción parece venido de otros tiempos, pero ha sucedido ahora. Los argumentos de los criminales que mandaron disparar y de quienes dispararon es que los manifestantes iban armados. Es el cuento de nunca acabar. El código de lenguajes exculpatorios mantenidos por todas las policías. Llevaban palos, quizás algún machete, que nunca se vieron y ninguna arma de fuego llevaban los muertos acribillados. En pocos días hemos visto como otros policías abatían a tiros a un hombre, negro también, que esgrimía un cuchillo, en un lugar abierto y le quitaron la angustia que transmitía con doce balazos. Para ir comprendiendo esta locura actual, otras imágenes nos ofrecen a otros policías cargándose a un perro, excitado porque su dueño se había desmayado y lo protegía, como debe ser, de los uniformados y armados hasta los dientes.

Fuego a discreción, como en las películas. El mundo va en retroceso en derechos y libertades. El sistema se dedica a crear violencias sociales, entrena a hombres y mujeres con uniformes para mantener un orden que solamente defienden los bienes y propiedades de unos pocos, los ricos y poderosos. Es lo de siempre, pero de una manera más descarada y con una complicidad de los desclasados que inquieta.

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