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Joxean Agirre | Sociólogo

Fuegos devastadores

«España arde por los cuatro costados, y su ceguera es tan irreversible que no cesan en provocar incendios» afirma el autor, que considera la política penitenciaria un indicativo de la «devastación» humanitaria que comporta su inmovilismo. Analiza la ininterrumpida ofensiva contra las ansias de democracia y paz de la sociedad vasca que protagonizan los «pirómanos de Madrid» y se centra en la situación de Iosu Uribetxeberria, al que conoció en la cárcel. Destaca su coherencia, su discreción y la serenidad de su mensaje, y pone énfasis en la necesidad de «dar una salto» en el trabajo de la liberación de los presos vascos dadas las condiciones y el amplio consenso existente en Euskal Herria.

En lo que va de año se ha quemado en España una superficie tres veces superior a la de todo 2011. Con esta sentencia flamígera componen portadas y titulares los principales medios de comunicación, incluidos los autonómicos vascos, una vez apagada la antorcha olímpica de Londres. El fuego que consume la economía española sigue siendo el trending topic de la era Rajoy, pero bosques e islas en llamas, la eterna disputa sobre si se reaccionó a tiempo o había suficientes aviones anfibios para extinguir los incendios, coparán los telediarios a la espera de que este fin de semana comience la Liga. Esa será, y no el cambio del viento o las lluvias, el agua bendita que extinga los fuegos y deje sin sentido los estados de alerta. Los goles de Messi o Cristiano entretendrán a los cinco millones de personas sin empleo. Como en «Los lunes al sol», de Fernando León de Aranoa, todos los días son festivos en su calendario. Paradójicamente, los rescoldos de aquella monarquía universal española en la que nunca se ponía el sol siguen calcinando el día a día de Euskal Herria, territorio que no consiguió sojuzgar el imperio.

La situación propiciada por la política penitenciaria es indicativa de la devastación humanitaria que comporta el inmovilismo de los estados. Mientras Carlos Urquijo centra su peligrosa neurona en el videojuego «Counter Strike. Global Offensive», o el matador sevillano Antonio Barrera torea con una ikurriña en Illunbe, Iosu Uribetxebarria, Iñaki Erro, la familia de Mikel Egibar y centenares de presos políticos vascos son los protagonistas involuntarios de un verano abrasador.

Pese a que buena parte de la clase política esté de veraneo, al «olvido» del obispo Munilla desde el púlpito con motivo de La Salve, la sociedad vasca siente en carne propia la ininterrumpida ofensiva contra las ansias de democracia y paz que protagonizan los pirómanos de Madrid.

Pero el humo y el olor a chamusquina no son lo suficientemente densos como para obviar u ocultar las altas cotas de dignidad y de responsabilidad política que están demostrando los cientos de ciudadanos vascos encarcelados. Conocí a Iosu Uribetxebarria en Puerto I. Corría el año 2001, si la memoria no me falla, y para entonces el preso arrasatearra había padecido todas las vilezas imaginables a manos de los carceleros desde que fue encarcelado, en el año 1997. Pese a ello, le recuerdo como un compañero de enorme aplomo y serenidad, siempre un punto por encima de todos los demás cuando de valorar su propia situación se trataba. Del mismo modo que afrontó con el mayor de los compromisos su dilatada militancia en ETA, entendía que él era uno más en prisión, el primero en dar un paso al frente cada vez que la situación lo requiriese, y el último en pedir algo de los demás. Largo en hechos, breve en palabras. Concienzudo, discreto, testarudo, leal y coherente. Sobre todo coherente.

Están por escribir un puñado de biografías que resumen a la perfección ese carácter imbricado en la lucha por la liberación de Euskal Herria. La modestia natural de quienes lo han dado todo y apenas si dedican un minuto ante los demás para referirse a su entrega. Esa impronta fue enseña de toda una generación de luchadores. Nada más leer su carta del 8 de agosto pensé en que, por encima del ruido de fondo y la charlatanería, prevalece la coherencia, la discreción y el énfasis en el trabajo colectivo.

«Creo en la izquierda abertzale porque es la que está dando pasos unilaterales en el buen camino sin esperar a los del otro lado. (...) Cada uno con sus ideas pero en el respeto y la tolerancia para llegar, por lo menos, a convivir juntos».

Al sentido común de sus palabras le contestaron con la fuerza de los hechos, demorando su excarcelación, hostigándole por las noches, limitando sus visitas, y por ello decidió dejar de comer. De poco vale la vida si te privan de libertad y de dignidad, y Iosu así lo ha entendido siempre. Pero no sólo él. Más de quinientos presos políticos vascos se han unido a este grito silencioso, sumando su esfuerzo a la coherencia militante de cinco décadas de lucha. Y lo han hecho desde una misma lógica política, sin apelar a las entrañas ni necesidad de seguir consignas de nadie. Es un gesto de solidaridad tan espontáneo y sincero que ha desbordado al coro de idiotas acostumbrado a analizar a ese Colectivo sobre la premisa de la angustia y la desesperación existencial.

España arde por los cuatro costados: político, social, institucional y territorial. Y su ceguera es tan irreversible que no cesan de provocar incendios. Hasta la Corte de Estrasburgo lo ha entendido, colocando un corta-fuegos insalvable a la Ley Parot. De modo que el conjunto del movimiento político soberanista debe tener muy en cuenta estas circunstancias. Al igual que ocurrió en Irlanda, la cuestión de los presos y exiliados ocupa un lugar preeminente y constante en la agenda política vasca. En tanto que son un importante activo político en la resolución del conflicto, la salida de los presos y el regreso de los exiliados es imprescindible para afianzar el proceso.

Sabido es que el mismo no debe focalizarse en las cárceles y en los rehenes políticos. Si así fuera, como el mismo EPPK razona, las causas del conflicto se confundirían con algunas de sus consecuencias, y el proceso perdería toda encarnadura política. Sin embargo, mientras en las cárceles debaten la mejor manera de situarse un paso por delante de la estrategia de los estados, la dirección política del proceso debe asumir la necesidad de dar un salto cuanto antes. Socializar la idea, en el conjunto de la sociedad y en todas las partes del conflicto, de que no puede avanzarse en el camino de la resolución si alguien sostiene que los presos deben seguir en la cárcel. Cómo, cuándo y sobre qué plazos deben producirse las excarcelaciones son cuestiones a abordar en una agenda de diálogo global, que tenga como premisa la demanda del fin de la actual política penitenciaria. Hay suficiente consenso político en Euskal Herria como para compaginar acuerdos y movilización social en el plano de la efectividad. E igualmente para comprometer a numerosos agentes, incluido el EPPK, en el cumplimiento de esos acuerdos. Y si lo hacemos bien, no tardará en llegar el día en que PSE-EE, primero, y PP más tarde, saquen los pies del brasero.

«Que cada cual ponga su grano de arena, pero todos juntos. Los objetivos están claros. En nuestras manos está conseguirlos a través del trabajo diario en esa dirección».

El tiempo de Iosu Uribetxebarria acaba, pero la vigencia e importancia de su mensaje es inagotable. Para construir espacios multilaterales de diálogo y negociación todavía precisamos del empuje unilateral de quienes trabajamos, desde ambos lados del muro, las condiciones para el cambio político y social en Euskal Herria. Necesitamos a Iosu en casa. Necesitamos acuerdos políticos inmediatos que faciliten la libertad del resto de presos con enfermedades graves e incurables y de aquellos que han cumplido sus condenas. Que acaben con la política de dispersión. ¿A qué esperamos? El fuego no se apagará solo.

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