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Antonio Alvarez-Solís Periodista

Inglaterra y su reflejo fascista

«¿Qué postura guardar frente a la Inglaterra que amenaza con quebrantar algo tan profundo como el derecho de asilo?, plantea el autor que analiza las implicaciones que tiene el último capítulo del caso Assange. Remarca el coraje y el valor de Ecuador en este panorama tempestuoso de falsificaciones y quema pública de los derechos fundamentales y se pregunta por el silencio de las iglesias ante la falta de respeto del derecho al asilo que ha «desnudado» a Inglaterra.

En los últimos treinta años quizá no se haya producido un documento tan rico de humanidad, tan solemne de doctrina y tan hermoso de lenguaje político como el publicado por el Gobierno ecuatoriano en defensa del asilo concedido a Julián Assange, creador de Wikileaks. Para los españoles dotados de un sólido sentido del Derecho Internacional -no sé cual será su número, pero lo supongo escaso- ha de constituir un íntimo motivo de satisfacción que esta alegación ecuatoriana sosteniendo la vigencia del asilo en su nivel más alto haya sido redactado en la lengua que sirve de vehículo para tantas infortunadas políticas de España. Veremos ahora qué postura adopta el Gobierno del Sr. Rajoy ante la ejemplar iniciativa ecuatoriana sobre la que se multiplican ya las condenaciones en ese semillero de fascismo hispánico que son los comentarios de lectores anónimos en una prensa abrumadora y totalmente entregada al Imperio.

Dejando al margen esta ocasional aspersión de agua bendita sobre un idioma vehicular de tantas arbitrariedades en España y tan abrillantado por Ecuador, volvamos a Inglaterra y a su postura respecto al asilo de Assange. Era tradicional hasta hoy que todos aquellos que aspiraban a la democracia tuvieran siempre en alta estima el estilo político de Inglaterra. Estoy entre esos ciudadanos.

No olvidaré nunca la intervención de un bobby londinense para que un periodista español apagase el motor de su coche a fin de que los asistentes ocasionales a un mitin proalemán en Hyde Park, y en tiempos prologales de la última guerra, pudieran escuchar bien los argumentos del orador. La situación resultaba magnífica. Ni siquiera los antecedentes brutales de la industrialización inglesa en el siglo XVIII y XIX pudieron mediatizar aquel entusiasmo mío. Ni tampoco el despiadado comportamiento de la Sra. Thatcher con los mineros galeses. Ni los desmanes en la India o en Africa. La democracia era eso: el respeto a un Derecho tributario a los principios universales de la convivencia de los pueblos o sobre la mar océana -pese a los excesos ocasionales- entre los cuales el derecho de asilo venía conservándose de modo muy principal desde la misma Edad Media como corazón del humanismo cristiano. El derecho al asilo compensaba cualquier pecado del poder. Eso era, añadamos, la creencia general en una Europa unida por valores morales prácticamente idénticos. A Inglaterra se le perdonaba todo por su solemnidad procesal respetuosa con el débil o por batallas ejemplares libradas, por ejemplo, contra tragedias como el esclavismo. Hay que reconocer que Inglaterra nos confundía las oraciones. Los mismos ingleses han vivido en esa confusión.

Pero ahora ¿qué postura guardar frente a la Inglaterra que amenaza con quebrantar algo tan profundo como el derecho de asilo? Ahí no cabe confusión alguna para contemplarla. Inglaterra ha destruído la confianza en la confianza. Su orgullo imperial se ha transformado en una servidumbre detestable a Washington. Su mismo papel como agente americano en la Unión Europea nos avanzaba ya hace tiempo el desguace de su moral de gran potencia.

En esta ocasión queda claro que su interés por extraditar a Suecia al Sr. Assange amparándose en un posible delito de carácter sexual no oculta su jugada de contribuir, de acuerdo con el Estado escandinavo, a un posterior final del fundador de Wikileaks en manos de la lamentable justicia norteamericana, condicionada por un Estado capaz de las mayores vilezas, entre ellas, y en este caso, quizá la desaparición física de un periodista que se permitió descubrir al mundo las vergonzosas maneras de un bárbaro Imperio. En esta posibilidad de tortura y muerte se apoya el Gobierno ecuatoriano para no entregar al Sr. Assange a la mano negra de Norteamérica. Dice claramente la declaración del Gobierno de Ecuador respecto a su sospecha principal para denegar la entrega de su asilado: «La evidencia jurídica demuestra que, de darse una extradición a los Estados Unidos de América, el Sr. Assange no tendría un juicio justo, podría ser juzgado por tribunales especiales o militares, y no es inverosímil que se aplique un trato cruel y degradante y se le condene a cadena perpetua o a la pena capital, con lo cual no serían respetados sus derechos humanos». Previamente Quito establece lo siguiente: «Julian Assange es un profesional de la información galardonado internacionalmente por su lucha a favor de la libertad de expresión, la libertad de prensa y los derechos humanos en general». Ahí está la base del problema y el deseo de venganza al que Inglaterra quiere contribuir con la entrega del perseguido a Estados Unidos, arrogante cabeza del Imperio y sostenedor de una política violadora de todas las soberanías nacionales y personales. Parece increíble que todo ello no sea considerado por esas ciudadanías que hablan de la gran democracia norteamericana y que se unen a los permanentes insultos hacia los pueblos que quieren recuperar la capacidad de acción sobre si mismos a fin de construir un futuro donde la calle sea el ámbito plural de todos en igualdad real de condiciones.

Tiempo de venganza es éste que declara la virtud felonía y democracia la servidumbre. Pues bien, sobre ese panorama tempestuoso de falsificaciones y quema pública de los derechos elementales, en primer término el fundamental del asilo, solamente un Gobierno, que lucha significati- vamente por la democracia verdaderamente popular en el marco liberador de muchos Estados de Latinoamérica, ha sido capaz de alzar su palabra honesta a favor de un perseguido que dice de si mismo que «es víctima de una persecución en distintos países, la cual deriva no sólo de sus ideas y sus acciones sino de su trabajo al publicar información que compro- mete a los poderosos, de publicar la verdad y, con ello, desenmascarar la corrupción y los graves abusos a los derechos humanos de ciudadanos alrededor del mundo». Esta declaración es la que ha impulsado al Gobierno ecuatoriano a exigir, desde su protección al perseguido, que se comprometan los persecu- tores a no aplicar sus vergonzosos y habituales procedimientos de asesinato, más o menos vestidos de derecho, a quienes reclaman para si con toda la solemnidad de su poder obsceno.

Hay en todo este enredo un aspecto que por ahora, al menos que yo sepa, no ha sido abordado: ¿qué opinan la Iglesia católica o las puritanas iglesias poderosamente asentadas en Norteamérica acerca de esta postura inglesa de no respetar el asilo? El asilo tiene una larga tradición en esas iglesias, sobre todo en la romana. Mediante el asilo se evitó muchas veces que el furor ortodoxo protagonizase más crímenes escandalosos. El asilo se practicaba no sólo por los grandes jerarcas y príncipes de la Iglesia sino por frailes conventuales y sacerdotes en parroquias irrelevantes. Y generalmente ese asilo era respetado por el poder de los monarcas y de sus servidores ¿Y ahora qué pasa con esos príncipes eclesiales, con esos monjes, con esos párrocos, con todos los creyentes que les siguen como sus ovejas? En un mundo donde la sangre corre mediante el cuchillo de quienes desconocen toda humanidad el derecho de asilo cobra un extraordinario relieve. Es el semáforo que contiene la furia y la venganza; la única posibilidad de que reaparezca el verdadero derecho basado en la razón moral. Va a ser muy larga y dura la batalla contra el fascismo. Inglaterra ha quedado desnuda.

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