CRíTICA: «En sus manos»
Una relación sadomasoquista a la fuerza
Mikel INSAUSTI
Tiene que resultar muy comprometedor ser hija y compañera sentimental de cineastas famosos cuando te has de dedicar al mismo oficio que ellos. Porque Lola Doillon creció en los rodajes de su padre Jacques Doillon y, sin poder salir de ese ambiente, fue a emparejarse con Cédric Klapisch. Cuando dirige sus propias películas -hasta el momento dos-, hace muy bien en no dejarse influenciar por ellos, prefiriendo guiarse por su propio instinto. Se nota que es valiente y si fracasa en su segundo largometraje es porque lo arriesga todo a una carta, que finalmente resulta estar marcada.
Para intentar aportar algo nuevo a la relación entre víctima y verdugo apela al síndrome de Estocolmo, sin lograr avanzar en el tema con respecto a las películas más emblemáticas que lo han tratado en las últimas décadas e incluso cayendo en el lugar común y la reiteración. No deja atrás ni siquiera a la lejana «El coleccionista», de William Wyler, basada en la novela de John Fowles. Tampoco a Liliana Cavani y su «Portero de noche», con Charlotte Rampling y Dirk Bogarde. Y, por su puesto, no alcanza la intensidad y profundidad sicológica de Roman Polanski en «La muerte y la doncella», donde Sigourney Weaver se las veía con un sádico Ben Kingsley, según la obra teatral del argentino Ariel Dorfman, inspirada en el golpe de estado militar chileno.
Y eso que la premisa argumental de Lola Doillon no va mal encaminada, por cuanto pretende en principio hacernos ver que tal situación, supuestamente extrema, también se pueda dar en la vida cotidiana de la gente corriente. Y, para ello, plantea el caso de un joven viudo que culpa a una ginecóloga del error médico que causó la muerte de su esposa, decidiendo secuestrarla para vengarse y tomarse la justicia por su mano.
La limitación escénica del zulo donde el secuestrador mantiene encerrada a la doctora acaba pesando demasiado, sin que medien recursos narrativos para liberar al espectador de una claustrofobia sin salida. Por más que Kristin Scott Thomas se esfuerza en resultar creíble en su confuso y forzado enamoramiento de Pio Marmaï, no convence de ello a nadie.