Assange, Ecuador y el atlantismo
La primera intervención pública de Julian Assange desde el balcón de la Embajada de Ecuador en Londres copó la atención global en el universo de las redes sociales y en la prensa mundial. Para sus críticos, fue el último acto de un show del autoproclamado defensor de la verdad. Para sus defensores, que son legión, resultó un discurso emotivo y evocador, en el que el australiano les agradeció ser los «ojos del mundo» -y haber evitado así la toma por la policía británica de la legación diplomática ecuatoriana-, citó uno por uno a los países latinoamericanos que lo han apoyado y se dirigió directamente a Obama para pedirle que renuncie a la «caza de brujas» contra Wikileaks. Los exabruptos extemporáneos británicos y la negativa a concederle un salvoconducto anuncian un empantanamiento de la situación, que se dilatará en el tiempo con el objetivo de impedir la libertad de Assange y, de paso, presionar a la República del Ecuador.
La decisión del país andino de otorgar el asilo es significativa históricamente y ha dado al caso la dimensión política que realmente tiene. Es la primera vez que a alguien que ha huido de la persecución de EEUU le es concedido el asilo. Que el Gobierno británico esté dispuesto a remover cielo y tierra para detenerlo demuestra, a su vez, que no nos encontramos ante un simple caso de extradición. Existen acusaciones serias, como lo son las supuestas agresiones sexuales, pero no hay ni cargos criminales ni juicio a la vista. En realidad, es un acto de ejercicio de amos y señores atlantistas que se ha encontrado con un país y una región alzados contra el colonialismo del poder y que engalan su soberanía bajo la bandera de los principios de justicia y dignidad.
Obama continúa con las detenciones indefinidas sin protección constitucional, ordena matar con sus drones en multitud de países, incluso a sus propios ciudadanos, y sigue manteniendo impunes a sus oficiales ante la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra. A Ecuador le sobran argumentos que justifican su decisión soberana. Este es un agujero negro de sospechas legales y de derechos humanos donde la luz de un proceso judicial transparente siempre ha brillado por su ausencia.