Carlos GIL Analista cultural
Máquinas
Por una metafísica de los minerales. Las máquinas expenden voluntades envasadas. El arte debe estar a la medida del ser humano, pero el artista debe superar la superstición, instaurar otra conciencia cósmica. No hacer reproducciones de fotomatón. Las máquinas expenden almas bautizadas. El artista debería acudir desnudo a la cita con las musas y ungirse de energía fotovoltaica para poder comprender el espacio vacío. Las máquinas componen melodías que vienen del retro-futuro. Esa luz no es más pura porque atraviese un vitral. Lo es porque tú la conviertes en una señal purificadora, en una comunión con lo eterno.
Mística del cemento. En la cerámica no quedan huellas, ni trazos, ni estelas. Quizás el olfato pueda guiarte hasta esa caverna donde están lo sabios cocinando un soneto con los restos de una noche soñada. Cuando veas volando en lo alto un buitre leonado, mírale la matrícula, porque a lo mejor es mi disfraz de fiesta mayor. Suenan los timbales, la sangre emprende una carrera rítmica que va abriendo espitas y electrificando músculos dormidos que movilizan a tus extremidades mientras tus ojos buscan siempre esa manifestación de asombro que se escribe en otras retinas esperanzadas. Inspiran más las feromonas que las monas. Las máquinas expenden preservativos para aliviar soledades.
Si es el ser humano la medida, los dioses son una funda para no dejar mácula en el exorcismo creativo. Sin vestigios del dominio telúrico codificado represor, ese acto de pintar, cantar, escribir, bailar es una expresión pura, la reivindicación de lo material, el triunfo del cuerpo frente al miedo. Lo mineral antes que lo gaseoso. Contra los dioses y las máquinas.