Guía estival de mitos griegos (IV)
Las invasiones bárbaras
Antonio CUESTA
Uno de los mitos griegos más controvertidos con respecto a su origen y posible interpretación es el que se refiere a la colonización o conquista de las ciudades de Tebas y Argos a manos de Cadmo y Dánae. Aunque los textos de la época antigua y las evidencias arqueológicas no parecen ofrecer dudas sobre el origen de estos caudillos y sus seguidores -semitas (fenicios) procedentes de Egipto-, no fue hasta muchos siglos después cuando el denominado modelo ario impuso la lectura de que los primigenios griegos, fundadores de la civilización europea, tenían que ser racialmente blancos y de origen indoeuropeo.
Las hipótesis más plausibles, defendidas valientemente por el historiador Martin Bernal en «Atenea negra», señalan que una parte del pueblo hicso abandonó Egipto, tras haber gobernado durante generaciones, cruzó el Mediterráneo y se estableció en Grecia. Mientras, la mayor parte del mismo huyó por tierra, atravesando el desierto, hasta llegar a Judea.
En Grecia, los hicsos dominaron el Peloponeso, península que constituye todo el sur del país, introdujeron el alfabeto y cierto tipo de armas y fueron los artífices de la cultura micénica. El legendario Hércules (Heracles) procede de esta estirpe y, basándose en esa tradición, el linaje de los reyes de Esparta se remonta a estos colonizadores de quienes tomaron sus conocimientos y creencias.
Otras leyendas, como la de Tántalo y Pélope, relatan cómo posteriormente fueron expulsados por un pueblo (pelópidas o aqueos) procedente del norte de Anatolia (la actual Turquía) y cómo siglos después, sus descendientes (los dorios, Heráclidas o hijos de Hércules) volvieron a imponer su dominio en el mismo territorio.
La historia de Grecia ha sido una constante sucesión de luchas entre pueblos del este del Mediterráneo y Oriente Próximo, invasiones y asimilaciones culturales que llegaron a forjar una civilización tal cual la conocemos, construida gracias a los aportes africanos y orientales. Por tal motivo, no deja de sorprender que la extrema derecha griega (desde la organización fascista Amanecer Dorado hasta amplios sectores de la gubernamental Nueva Democracia) se empecine en defender la ficción eurocéntrica de una raza griega blanca, y ahora cristiana, que no se ajusta ni a la mitología ni a la realidad.
Cada época de cambio histórico se ha forjado en medio de fuertes enfrentamientos y tensiones en la búsqueda de transformaciones sociales. La cruzada contra los inmigrantes y contra la izquierda, y la salvaje política de recortes contra la mayor parte de la población son, en definitiva, una ofensiva a gran escala contra aquellos que no comulgan con el actual modelo económico y social, los excluidos del mismo. Es solo un síntoma del advenimiento de un nuevo tiempo de cambios que está por llegar a Grecia.
En el periodo mitológico, estas etapas vinieron precedidas por grandes epidemias. Así sucedió en el Peloponeso al inicio de la invasión doria, durante los preparativos de la guerra de Troya o, posteriormente, en Atenas antes de la caída de su imperio a manos de su rival Esparta.
También ahora el pueblo griego sufre numerosas plagas desatadas por un sistema en decadencia. Aunque el brote de malaria en el Peloponeso, denunciado por la ONG Médicos Sin Fronteras, no alcanza grandes dimensiones no deja de ser un síntoma del desmoronamiento de la red sanitaria. La enfermedad, que fue erradicada de Grecia oficialmente en 1974, ha vuelto a aparecer por el sur, como también lo ha hecho la pobreza extendiéndose a gran escala o la plaga de suicidios, en un país que contó con uno de los índices más bajos de toda Europa durante décadas.
En ciertos ritos de la Grecia antigua, las ciudades buscaban su purificación arrojando todas las faltas de la comunidad sobre determinados individuos -los denominados fármacos-, a los que en ocasiones se les daba la muerte. Los griegos de hoy tienen una buena dosis de fármacos con los que iniciar el tratamiento: una clase política corrupta y racista, junto a una élite económica enriquecida durante años a fuerza de no pagar impuestos y evadir sus fortunas a paraísos fiscales.