Raimundo Fitero
Forenses
No ven la tele los maderos? Cualquier ciudadano normal sabe, a través de las múltiples series policiacas, que son los forenses los que proporcionan las pistas más fiables para descubrir a los autores de los crímenes. El caso de los niños Ruth y José se ha convertido de repente en un desprestigio total para el cuerpo superior de policía español, y acabará recayendo toda la mierda en alguien, que ya se apunta como a «la» forense que decidió que, entre las cenizas de la hoguera extraordinaria que se hizo en la finca familiar del padre e imputado, no había restos de huesos humanos, sino que eran de roedores.
A las cuarenta y ocho de abrirse la investigación por la desaparición de los niños se descarta esa posibilidad, lo que significa que hemos visto rastrear cuencas fluviales, abrir zanjas, buscar y rebuscar en la propia finca a decenas o centenares de profesionales, durante muchos meses gracias a una cagada policial de laureada. Hasta que un forense y antropólogo vasco, Francisco Etxeberria, conocido luchador por su búsqueda en las cunetas de Euskal Herria de los cuerpos de los fusilados por los franquistas, a instancias de la familia materna, analiza los materiales y determina que hay cerca de cien porciones de huesos de humanos inmaduros y pone edad, por lo que parece que la pista queda marcada para saber qué pasó con esas dos criaturas.
Todo esto lo vamos viviendo por la tele, por episodios, como espectadores de uno de esas narraciones de crímenes, investigaciones y cachondeo ministerial en donde se socializa un dolor materno y un cinismo criminal paterno. Y en el que nos recuerdan que los forenses, con las honrosas excepciones existentes, cuanto más cercanos están de la policía, más inútiles son o más se dejan guiar por lo que conviene certificar, como ha sucedido y sucede en todos los casos de los maltratos o torturas en las comisarías y cuartelillos. La cuestión es que el drama sigue, el ridículo televisado se amplía, los cuervos televisivos tienen nuevas carroñas, los programas matinales se ponen las botas y el ministro del Interior no pierde ninguna oportunidad de meter la pata y convertirse en un ecce homo de la política.