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Xabier Silveira Bertsolari

Libertad

Para ser esto libertad, la verdad es que no tiene muy buen sabor. Otra vez ese murmullo, de nuevo esa voz, esa respiración, ese latir de corazón. ¿Qué será?

Soy, por qué negarlo, tan reacio como el que más a recibir órdenes. Por ser incapaz de cumplir las ajenas y adicto a mofarme de las propias, y con ayuda del radar anti-obligaciones las veo venir de lejos, desafiantes, inquisitoriales por naturaleza como ellas son, arrogantes, confiadas y descaradas, como si de algo fueran a servir. Pero según llegan se van, tal cual vinieron con su voz de mando, ar, en busca de algún otro objetivo más susceptible al sí señor.

Pensaba en ello y en cómo hacer para exterminar todas las moscas de golpe cuando de vuelta del bar me vuelvo a sentar ante la pantalla del ordenador de casa, libre yo cual hoja al viento. Doble clic en Mozilla y vía ADSL de Movistar, el mundo entero se posa ante mí. Frente a frente su palidez y mis ojeras, su tú dime dónde y yo te llevo y mi llévame adonde quieras. Al final, y por seguir una rutina, entre su falta de autonomía y mi completa libertad, ya está, lo tengo, voy a entrar en Facebook, que hará ya unas cuantas horas que no entro. Entre llamamientos a la matxinada, citas celebres con faltas de ortografía y fotografías que ni ellas entienden por qué están ahí, se repite el déjà vu. Giro y giro el rodillo, maldigo, blasfemo, nada por aquí, nada por allí... me las piro al Youtube.

Es lo bueno de la libertad, vas y vienes como y cuando quieres sin que nadie te diga lo que tienes que hacer. Lo que no quita para que puedan sugerírtelo: Lip dubs, trailers de películas que verán la luz mañana, video clips de canciones ajenas montados -y muchos sodomizados- en movie maker a gusto del soberano... Hay de todo, puede que no lo que yo busco, pero hay de todo. Selecciono una canción y me dejo llevar como el agua por el difunto Camarón. Ahora sí que sí. Me hago un porro de los que libremente decido yo fumar, un café de estos de Nespresso y ya no quiero «Como el agua», pues dice José Alfredo Jiménez que sigo siendo el rey.

Desde que Ikea me ayuda a ser libre en la república de mi casa, vivo como un puto rey. Aún sin trono ni reina, ni nadie que me comprenda, como piedra del camino, pero sin ni siquiera rodar, aquí, con mi ADSL, me siento el puto amo. Y libre, libre, sí, como Nino Bravo desintoxicado.

A veces es un murmullo, otras veces una voz, casi siempre silencio fingido de mis dudas al callar o lobos de fuego alguna vez merodeando mi casa. Si salgo al balcón siento una respiración, si me asomo a la ventana escucho el latir de un corazón, pero no sé si es, si es que son o si solo son cosas de la imaginación.

Pero yo a lo mío, que soy libre, libre en mi habitación, ni demasiado viejo para perder la razón ni tan joven para el botellón, es demasiado morir para tan poco rokanrol; para ser esto libertad, la verdad es que no tiene muy buen sabor. Otra vez ese murmullo, de nuevo esa voz, esa respiración, ese latir de corazón. ¿Qué será? ¿Quién será? Quizás sea la vida, que me está esperando fuera.

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