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La Kabilia: tierra de los hombres (y las mujeres) libres

Cerrada a cal y canto por el Ejército argelino, la Kabilia fue duramente azotada por la sangrienta guerra civil en los 90. Los amazighs de esta región norteña, antiguos pobladores de África del Norte antes de la invasión árabe, claman ahora por su autonomía para poder desarrollar su cultura, su lenguaje y sus creencias. Argelia intenta islamizarlos y arabizarlos a golpe de represión.

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Andoni LUBAKI

Cuando sonó el teléfono en Argel, fue un imprevisto. Al otro lado, un tal Hozzein nos invitaba a visitar la Kabilia. La desde antaño cerrada y peligrosa región se abría ante nosotros de par en par. A pocas horas de autobús desde Árgel, Tizi Ouzou, capital de los kabilios, nos aguardaba. Kabilia, la tierra de los hombres libres, aprisionados entre un Estado autoritario y el salafismo más brutal.

«¡Azuh!», nos saluda Hozzein mientras nos estrecha la mano. Nada más bajar del autobús que nos llevó hasta Tizi Ouzou, lo primero que oímos es el saludo amazigh. El hombre que ha venido a recibirnos busca incansable un taxi. Habla y negocia con más de tres y al final consigue uno que por un precio razonable será nuestro chófer en la región el primer día de nuestra llegada.

Avanzamos a gran velocidad por una serpenteante carretera sin saber aún a dónde. El chófer y Hozzein hablan y hablan durante todo el viaje. Súbitamente, el taxi se sale de la carretera que ascendía montaña arriba para adentrarse en una pista de grava que desciende empinada hacia una casa escondida entre árboles frondosos.

«¿Os apetece una cerveza? Podéis escoger entre una cerveza local y heineken. Os aconsejo la local», señala Hozzein.

No salimos de nuestro asombro al ser convidados a una bebida alcohólica en un país tan islamizado como Argelia. Dudamos un instante. «¿Lo dices en serio, Hozzein?» «¡Claro, por qué iba a bromear!», responde.

Al cabo de unos minutos el taxista aparece con una bolsa llena de botellas. Abrimos una cada uno y tras dar un primer gran trago, salimos otra vez monte arriba. Todavía no sabemos cuál es nuestro destino.

Tras más de dos horas zigzagueando entre montes y barrancos, llegamos al pueblo de Maraghna. Las calles están abarro- tadas de gente y adornadas con banderines con la insignia amazigh. Bajarnos del coche y ver los primeros rostros ojipláticos es todo uno.

«Estamos de celebración. Podéis sacar las fotos que necesitéis y preguntar a cualquiera lo que queráis. ¡Estáis en la tierra de los hombres libres, la Kabilia!», nos anuncia el taxista.

Matriarcado

Hozzein nos invita a entrar a una casa. En una pequeña sala, y rodeada de hombres, una anciana se levanta. La mujer va vestida con el típico traje multicolor kabilio, nada de nikab musulmanes. Al acercarnos, la anciana sonríe y podemos ver en su cara de piel curtida varios tatuajes de simbología bereber. Nos abraza, nos da dos besos y después de cogernos de la mano espanta a los hombres que ocupaban un sofá para que nos sentemos. Hozzein se ríe a carcajada limpia.

«La cultura amazigh es un matriarcado. No tiene nada que ver con la cultura islámica que Argelia nos quiere imponer en nuestra tierra. Aquí la que manda, la que guarda el dinero y el centro de la vida familiar, es la madre. El padre tiene poco que decir en la vida familiar», sigue diciendo Hozzein mientras continúa riéndose. Un hombre fornido se me acerca y me invita a una coca-cola «o, si lo prefieres, a una cerveza.» Se sienta a mi lado con un vaso de té.

«Esa señora que os ha saludado se llama Tassandit Serroir y es la madre de nuestro líder Ferhat Mehenni, exiliado en Francia. Nos hemos juntado todos para conmemorar el asesinato en París de su hijo Ameziane Mehenni. Todos sabemos que aunque lo mataran en Francia, lo mató el Estado argelino. Quieren hacernos desaparecer de lo que ellos consideran `tierras parcialmente islamizadas'», denuncia. Tras una copiosa comida de cuscús y carne de cabra, llega la hora de partir. Nuestro fiel guía Hozzein se acerca junto con el taxista que también comió con nosotros.

Bajamos lo anteriormente ascendido, por esas carreteras infernales de curvas y pavimento en mal estado. «¿Sabéis por qué antes he tardado tanto en encontrar un taxi para poder venir aquí? Quería a un amazigh, no a un árabe. Los amazighs no les tenemos mucha simpatía a los árabes. Son unos invasores que no respetan nuestra cultura y forma de ser. Nosotros somos laicos», enfatiza Hozzein.

El vehemente guía kabilio comienza una discusión con el taxista. Señalan a un lado y otro de la carretera en nuestro viaje de regreso a Tizi Ouzou. Buscan algo, pero no sabemos qué, Varias curvas más adelante, señalan hacia la cima de un monte. «¡Ahí está! Es la mayor mezquita de la Kabilia, que a su vez es una escuela coránica. La construyó el Estado argelino. ¡ Quieren islamizar la región de los amazighs y, para ello, no escatiman en gastos!», advierte Hozzein. En el camino de regreso hemos perdido la cuenta de las mezquitas que se han construido. Todas ellas con dinero público argelino, dinero de los contribuyentes. También amazighs.

Amazigh 100%

Llegamos a Tizi Ouzou. Nos espera Ismael. «Amazigh 100%», se enorgullece. «Dormiremos en mi pueblo, los vecinos no preguntarán qué estáis haciendo allí, no os pedirán el pasaporte en el hotel. Será mejor así», aclara Ismael.

Montamos en su coche. Subimos otra vez por carreteras sin ninguna recta de más de 100 metros. En el camino, varias señales indican la entrada a diferentes pueblos de la comarca. Todas ellas tienen el nombre en árabe borrado con spray, sólo dejan ver el nombre originario en lengua tamazigh.

Arabización forzosa

«Los nombres originarios fueron arabizados por el Estado. No aceptamos ningún de los nombres que nos quieren imponer, son inventados», nos dice Ismael señalando un cartel con el nombre en árabe tachado.

El pueblo en el que recalaremos se llama Benni Yenni. Es un pueblo típico kabilio, con sus casas en lo alto de las montañas. Sus antiguos habitantes los construyeron así para poder defenderse de la invasión árabe. La villa es conocida en la zona por ser cuna de los mejores joyeros, que hacen con sus manos sortijas de plata y coral rojo.

En el camino varios controles de la Policía ralentizan la ya de por si lenta marcha. Parapetados detrás de muretes de hormigón y armados con kalashnikovs, miran detenidamente al interior de todo vehículo.

«¡Tanta Policía para que siga habiendo atentados de los salafistas! El otro día hubo uno en un pueblo cercano a Benni Yenni», exclama Ismael. «El Estado argelino y los salafistas luchan codo con codo contra los amazighs, aunque digan lo contrario. Si no ¿cómo se explica que haya atentados en los que solo mueren amazighs? Para los islamistas somos unos infieles; para el Gobierno, unos criminales», dice Ismael enfadado.

En el pueblo de Ismael, se respira paz. El hotel es acogedor y ofrece una magnífica vista a las montañas del Djurdjura. No nos piden datos de lo que estamos haciendo en un pueblo al que hace mucho que no llegan extranjeros. La paz que se respira en los pueblos de las montañas contrasta con el agobio policial que se vive, abajo, en los valles.

Los amazighs son los originarios pobladores del norte de África

Los amazighs, o bereberes, son un conjunto de etnias originarios del Magreb (también poblaron hasta el siglo XV las Islas Canarias, antes de la invasión de los españoles que masacraron o se mezclaron con la población local, los guanches). Su nombre significa «hombre libre» en lengua tamazigh, que lo hablan desde los tuareg del norte de Mali y de Níger hasta los pobladores del norte de Marruecos y Argelia, aunque con diferencias fonéticas leves. La mayoría de la población bereber se distribuye entre Argelia (Kabilia) y la zona norte de Marruecos (Rif). Desde el año 647, la población bereber fue asediada por las invasiones árabes del este. Hoy en día son minoría ante esta etnia.

Con una cultura familiar basada en el matriarcado, los bereberes no son originariamente musulmanes. Algunos procesan la religión del islam, otros son cristianos (católicos o evangelistas) pero en su mayoría son laicos. Muchos de ellos denuncian el continuo esfuerzo por parte de los estados árabes de islamizarlos, prohibiendo la enseñanza de la cultura y lengua amazigh en las escuelas. En muchos casos, sus festejos y tradiciones han sido prohibidos y perseguidos por ser «inmorales ante el islam», como acordó un juez marroquí en el año 1952 ante un rito de casamiento entre una pareja de bereberes.

Son varias las veces que se han levantado contra las invasiones árabes o europeas. Una de las más famosas fue la guerra del Rif (Marruecos), pueblo que, comandado por el legendario guerrillero Abd el-Krim, presentó batalla y ganó la guerra contra el colonialismo español y francés. Históricamente, los amazighs han sido duramente reprimidos, cultural y políticamente. Un claro ejemplo es la matanza del año 1984 perpetrada por Hassan II, anterior rey de Marruecos y de origen árabe alauí. En ese año, los amazighs del norte de Marruecos, en la región del Rif, salieron a manifestarse para pedir una autonomía dentro de Marruecos. La represión policial comandada por el monarca alauí dejo tras de sí centenares de muertos en las calles de Nador, sin que la comunidad internacional interviniera para impedir la masacre.

Más reciente es la manifestación celebrada en el año 2010 en la Kabilia argelina. La marcha pacífica organizada por el MAK - Movimiento por la Autonomía de la Kabilia- se topó de bruces con la represión policial en las calles de Tizi Ouzou, capital administrativa de la región. Decenas de personas fueron encarceladas sin juicio previo, entre ellas varios militantes y líderes del MAK. Hay incluso medios que hablan de un muerto por disparos de la Gendarmería argelina, aunque este hecho no se haya podido confirmar dada la política de apagón informativo que el Gobierno argelino aplica en la región.

Desde el año 1995 están organizados a nivel mundial bajo el paraguas del Consejo Mundial Amazigh (CMA). Esta organización ha celebrado ya cuatro congresos, con participantes de sus enclaves de Argelia, Marruecos, Canarias, Libia, del Movimiento Tuareg y de la diáspora, que se encuentra principalmente en Europa y en América del Norte.

A. LUBAKI

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