Obama confía en la inercia para ganar
Barack Obama aceptó el jueves por la noche, madrugada del viernes en Euskal Herria, la candidatura demócrata a la reelección como presidente de los Estados Unidos, y lo hizo con un discurso que nada tuvo que ver con el que hace cuatro años logró ilusionar al electorado, y mucho menos con su primera intervención en un evento de estas características, en 2004, cuando su oratoria deslumbró a los asistentes a la convención de su partido en Boston. Ya no es aquel arrollador senador que encandiló a propios y extraños, y tampoco el candidato que aspiraba a expulsar al Partido Republicano de la Casa Blanca. Ahora es el presidente, como él mismo se encargó de recordar ante las 20.000 personas que llenaban el Time Warner Cable Arena de Charlotte.
Y como tal, es consciente de que ha decepcionado a mucha de la gente que tantas expectativas tenía depositadas en su persona. No solo porque la situación económica estadounidense sigue sin ser óptima, que también, sino, sobre todo, porque ha incumplido muchas de las promesas que hizo en 2008. Asuntos como Guantánamo o la reforma migratoria, por poner dos ejemplos, han erosionado su credibilidad, sobre todo entre los más jóvenes y los sectores a la izquierda del Partido Demócrata, que ayudaron a auparle a la Presidencia. Está por ver si esa merma será tan importante como para lastrar sus aspiraciones de ser reelegido.
Paradójicamente, su principal aliado puede ser su contrincante, un Mitt Romney con escaso carisma, incluso en el seno de su propio partido, y que retrae a buena parte de la ciudadanía. El candidato republicano tiene el respaldo mayoritario de los hombres de raza blanca, no así el del resto de los sectores que conforman el electorado, como las mujeres, los jóvenes y, especialmente, las minorías. Esa es la esperanza de Obama, que estos sigan viéndole como la opción menos mala y que, aunque solo sea por esa inercia, pueda ocupar el Despacho Oval durante cuatro años más.