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Ainara Lertxundi | Periodista

El sueño truncado de la olímpica Samia

Su sueño de entrenar en Europa, de competir en los Juegos Olímpicos de Londres en igualdad de condiciones que el resto de atletas y, en definitiva, de cumplir sus aspiraciones deportivas y personales se quedaron en el fondo del Mar Mediterráneo. La joven atleta somalí Samia Yusuf Omar, que en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, se llevó el aplauso del gran público por ser exponente del verdadero «espíritu olímpico» se ahogó este verano mientras intentaba llegar a las costas italianas en una frágil patera que había zarpado de Libia. Los supervivientes dieron cuenta del fallecimiento de esta deportista que logró llegar a Pekín pese a no haber podido recibir un entrenamiento adecuado por su condición de mujer y, sobre todo, por la falta de recursos en su país natal, Somalia, inmerso en una guerra interminable. El padre de Samia, la mayor de seis hermanos, murió en uno de esos tantos conflictos que han dejado a los somalíes en la más extrema pobreza.

Pekín la premió con un fuerte aplauso cuando en la carrera de 200 metros llegó a la meta en solitario, con diez segundos de retraso respecto a sus compañeras. Pese a ello, Samia, que ya había participado en el Campeonato Africano, se sintió feliz. «Ha sido una experiencia bellísima. He portado la bandera de mi país, he desfilado con miles de atletas del mundo», afirmó a su regreso a Mogadiscio. La presión de ciertos sectores islamistas y la escasez de instalaciones donde entrenar la llevaron a probar suerte en Etiopía, desde donde se trasladó a Libia. Su madre, incluso, vendió un pequeño terreno para que pudiera realizar el difícil y peligroso viaje a Europa.

Como Samia, el jueves, 61 inmigrantes, de ellos 28 menores de edad -entre los que había cuatro bebés- murieron en el mar Egeo. La mayoría eran kurdos que huían de Siria e Irak. Un día después, un barco con un centenar de personas naufragó frente a la isla italiana de Lampedusa. La Guardia Costera solo pudo rescatar a 56. Sueños todos que quedarán bajo el agua, mientras su anhelada Europa se limita a catalogarlos como simples «indocumentados» sin derecho a nada.

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