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Raimundo Fitero

Habló

Y Mariano Rajoy se hizo cuerpo televisivo, compareció ante la audiencia y sus apóstoles le hicieron preguntas pactadas, y Él habló, aunque no dijo nada de lo que interesaba. Después se reorganizó el eco mediático y analizaron sus silencios, su verbo vacío, su gestualidad de monigote a cuerda. Obvio, retórico de baja intensidad, sin ninguna capacidad de ilusionar ni de entristecer. Un ausente de otra realidad que no sea su misión encomendada: allanar el camino para que aterrice sin balizas la regresión neoliberal más sangrienta. Alguien a quien le viene muy grande el cargo y que está haciendo mucho daño al futuro de millones de sus conciudadanos. Un desastre que estaba amortizado antes de tomar posesión y que ahora es un zombi político errático, calzado con zapatos de siete mentiras y ternos de chantajes bancarios.

En paralelo se manifestó el sentimiento independentista, soberanista de Catalunya. Nos ofrecen las televisiones del pesebre y el catecismo unas visiones sesgadas, que reflejan su estupor y su intransigencia. Les duele esa marea de ciudadanos que quieren huir del reino de España porque, entre otras muchas razones, saben que es la única solución para su recuperación económica. Las senyeras esteladas ondean y abren brechas sobre la falsa unidad de España que su constitución protege y garantiza con el ejército. La Diada de este año se eleva a categoría de acto de futuro, de declaración de objetivos, de impulso hacia unos tiempos de libertades sin sumisiones monárquicas. El actual Gobierno central no tiene capacidad para comprender esa creciente desafección de la ciudadanía catalana. Y el día 21-O recibirá desde aquí otro recado más contundente.

Uno mira a ese señor con barba, gafas y dicción zarrapastrosa, balbuciendo boberías, frases hechas que vaticinan mayores recortes, abusos contra la clase trabajadora, entregado a los intereses del Gran Capital, al que va a rescatar, ofreciendo el sacrificio de sus conciudadanos menos favorecidos y no comprende como ese sentimiento no crece con la misma intensidad en Cuenca. El reino de España es un residuo imperial en estado de descomposición. La Casa Real es el exponente más evidente.

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