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Juan Mari Arazuri Colectivo Malatextos

Huelga por la vida

El 26, en la calle, debemos mostrar que tenemos alternativas a este sistema depredador y violento, que las queremos materializar y que no dejaremos en el camino a quienes más dificultades padecen

Soy consciente del error que supone dejar pasar la vida, pero en mayor o menor medida, lo hacemos. Dejamos pasar la vida -¡¡y la puñetera corre que se las pela!!- cuando nuestra «obsesión» debiera ser tratar de sujetarla aunque fuera a pellizcos. Uno no tiene idea de cuándo ni dónde le va a tocar cantar «el bingo» y, con suerte (alzheimer mediante), serán esos pellizcos lo único realmente valioso que hayamos conseguido vivir antes de hincarla irremediablemente.

Transcurrimos plácidamente asistiendo a un espectáculo que nos han dicho y creemos que es vivir, con distintos grados pero aceptándolo: una vida gris, rutinaria, metódica y artificialmente iluminada. Puede servirnos... pero acabamos siendo los sirvientes. Nos acostamos entre las diez de la noche y la una de la mañana. Si todo va bien, solo nos despertamos «medio cansaos». ¡El despertador! ¿Ya? Las seis y media de la mañana, ¡por lo menos es verano! Desayuno ligero, que hemos vuelto a «apurar demasiao» y llegamos justos. Coche, moto, villavesa o autobús. Por los pelos llegamos a la «mina» y ahí están: Luis y Ainara (compañeros de trabajo y por lo general, buena gente). ¡¡A currar!! El jefe llega más tarde. Sacamos el trabajo como ayer, anteayer... No es que nos haga sentir satisfechos, la verdad. El trabajo no es malo. Me refiero a esa frustración de vernos trabajando por la necesidad de conseguir dinero, simple y llanamente. ¡Bendito dinero! A todos nos gustaría trabajar y estar satisfechos, contentos por realizar una labor útil que sirva para algo más que para «llenar bolsillos», pero sabemos y aceptamos que siempre hay alguien al que enriquecer. Ley de vida. Además, sin trabajo, ya sabemos lo que nos espera: la exclusión. Deudas y más deudas. Aguantamos el tirón. Somos afortunados: tenemos trabajo.

Todo esto, ¿tiene algo que ver con los recortes, la crisis-saqueo y las reformas a las que asistimos con exasperante normalidad? ¡Hombre! Si no somos capaces de plantearnos otra forma de organizarnos, más justa e igualitaria, que desplace el consumo y el crecimiento económico para introducir el reparto de los trabajos y de los recursos, e intentamos llevarla hacia delante con confianza en nuestras propias ideas y medios, estaremos «remando» contra nuestros propios intereses, contra nuestra propia vida.

Son tiempos de arriesgar, de solidaridad hacia las personas para las que esta crisis no representa ninguna novedad en sus vidas (migrantes, parados, mujeres, jóvenes, jubilados con pensiones mínimas...) con el convencimiento de que no son nece- sarias muchas cosas para vivir, siempre que nuestras necesidades básicas queden cubiertas (sanidad, educación, renta básica universal, vivienda...).

Porque solo desde la predisposición al reparto podemos exigir «reparto» y además hacerlo de una forma creíble (todos aportamos en función de nuestras posibilidades). Porque no podemos seguir aceptando tanta injusticia mirando para otro lado, por más que nos la expliquen como un fenómeno natural sobre el que no podemos incidir y por más que no nos afecte ahora mismo de una forma directa.

Sesudos expertos economistas y políticos nos dicen qué podemos y qué no podemos hacer. Cómo debemos hacerlo. Cuándo debemos hacerlo. Vivimos «intervenidos» en todos los campos de nuestras vidas y si alguna faceta consigue deshacerse de ese control, posiblemente conozcamos de primera mano eso que llaman el «peso de la ley».

El 26 de septiembre tenemos una convocatoria de huelga (con todas las deficiencias que queramos buscar y que tiene) que debe servirnos para, al menos, mostrar nuestro hartazgo ante tanto robo y atropello. El 26, en la calle, debemos mostrar que tenemos alternativas a este sistema depredador y violento, que las queremos materializar y que no pensamos dejar en el camino a quienes más dificultades padecen. Exigiremos justicia social y reparto, porque de otro modo estamos condenados a no saborear la vida, jodida muchas veces, pero un regalo maravilloso que no podemos desperdiciar lamentándonos, dejándola pasar metidos en una oficina, una fábrica... sin mayor pretensión que poder seguir comprando cosas. El peaje que pagamos es demasiado elevado y lo conocemos: «meter» alguna hora de más, ver a los críos casi siempre dormidos, no disponer de tiempo para conversar con amigos, compañeros... o reducirlo a meros mensajes a través de una pantalla. Eso no es vivir, no señor. Se llamará de otra forma, pero ¿vivir? ¡no jodas! La vida es tiempo del que disponer gustosa y realizadoramente y, en el trabajo (se puede decir lo mismo del consumo cuando identificamos el poder adquisitivo con la «felicidad»), no solo nos roban dinero, sino que nos roban el tiempo, la vida. Una vida que no está para desperdiciar oportunidades y el 26 de septiembre, no deja de ser una más. A ver qué haces. Tic, tac, tic, tac...

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