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ESTADOS UNIDOS AL RESCATE DE SU ECONOMÍA

QE3, ahora la Reserva Federal

Los autores del análisis explican que la Reserva Federal de Estados Unidos ha seguido los pasos del Banco Central Europeo al presentar una nueva inyección de financiación a la economía. Se preguntan si son eficientes estas políticas. «¿Son eficientes estas políticas de expansión monetaria? A pesar de los ríos de tinta que están corriendo al respecto entre partidarios y detractores de estas políticas, tanto en la UE como en USA, en nuestra opinión se han planteado en términos simplistas»

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Ekai Center

T ras el anuncio del nuevo plan de expansión monetaria en la Eurozona a través de la compra de deuda pública por parte del Banco Central Europeo, ahora la Reserva Federal USA, como estaba previsto, ha anunciado el lanzamiento de la QE3, una nueva expansión de la oferta monetaria de Estados Unidos, que viene a sumarse a las anteriores Q1 y Q2, una vez acreditado el fracaso de estas políticas cara a la reanimación de la economía USA.

Las QE1 y QE2 han servido, probablemente, para evitar el derrumbe de la economía USA, pero también para ocultar los problemas de fondo. USA mantiene cotas de desempleo elevadísimas y un crecimiento exiguo, mientras el problema estructural fundamental, el sobreendeudamiento, continúa en niveles equivalentes al 2008 y los riesgos asumidos por la banca de inversión USA continúan amenazando al conjunto de la economía occidental de forma similar a años anteriores.

¿Son eficientes estas políticas de expansión monetaria? A pesar de los ríos de tinta que están corriendo al respecto entre partidarios y detractores de estas políticas tanto en la UE como en USA, en nuestra opinión este debate se ha planteado en términos excesivamente simplistas.

Las políticas monetarias expansivas no pueden valorarse desde una perspectiva estrictamente cuantitativa, sin tener en cuenta el vehículo concretamente utilizado en cada caso para la creación de dinero.

La cuestión clave es quién es el primer receptor del nuevo dinero creado por los bancos centrales y a qué fin destina estos recursos.

Efectivamente, el resultado macroeconómico es esencialmente distinto si la nueva emisión de moneda se efectúa con o sin expectativas de recuperación del valor implícito en los nuevos préstamos emitidos.

Pero también, y fundamentalmente, es esencial si estos nuevos recursos se destinan o no a reanimar la economía productiva. Esta reanimación puede conseguirse si el Banco Central adquiere, por ejemplo, bonos de empresas productivas -lo cual no es, desde luego, práctica habitual de nuestros bancos centrales-. Es más difícil conseguir esta reanimación si la expansión monetaria -como es habitual- se destina a dar créditos a bajo coste al sistema bancario.

Y el efecto positivo para la Economía puede ser prácticamente nulo si, como ha sucedido repetidamente a lo largo de esta crisis, los bancos no destinan estos recursos recibidos a reanimar el crédito productivo, sino a alimentar su cuenta de resultados invirtiendo en deuda pública de otros países o en inversiones especulativas.

Aunque los teóricos post-keynesianos -y los economistas oficiales en general- tienden a valorar las políticas de expansión monetaria desde una perspectiva de técnica macroeconómica, se trata de estrategias de una extraordinaria significación política.

Por un lado, una expansión monetaria significa una dilución del valor de la moneda y, por lo tanto, en la medida en que su receptor directo no es el conjunto de la economía sino grupos económicos o de interés determinados, significa una enorme redistribución de la riqueza del país, desde el conjunto de la población hacia unos grupos o sectores concretos.

Ésta es la razón de que, junto a las políticas de rescate directo, las políticas expansivas de los bancos centrales -y, muy especialmente, la Reserva Federal USA- hayan sido un instrumento esencial dentro de la estrategia básica del sector financiero, consistente en salvar sus cuentas de resultados a través de una detracción sistemática de recursos de los gobiernos, familias y empresas productivas.

Con frecuencia se debate entre los expertos si estas políticas expansivas suponen o no un riesgo de hiperinflación en USA o Europa. La base monetaria se ha más que duplicado en la Eurozona -desde 1,3 a 3,1 billones EUR- y se ha multiplicado por 3,5 en USA -desde 0,8 hasta 2,9 billones USD- sin que se haya producido un nivel de inflación significativo. Esto se debe a que la inflación no está en relación directa con la base monetaria, sino que depende también de la velocidad de circulación del dinero. Como consecuencia de la situación del sector bancario y de la recesión de la actividad productiva, la velocidad de circulación del dinero se ha reducido de forma drástica y esto es lo que explica que la inflación no se haya producido.

El riesgo de hiperinflación, evidentemente, existe y puede manifestarse en el momento en que la actividad económica despunte. Pero, de cualquier forma, este debate sobre los efectos inflacionarios de la expansión monetaria olvida que los problemas fundamentales de la misma no derivan sólo del riesgo de hiperinflación, sino, básicamente, de su tremenda importancia a efectos del trasvase de recursos desde la economía productiva hacia la economía financiera y, en segundo lugar, de su frecuente inutilidad en la medida en que su destino final sea exclusivamente las cuentas de resultados del sector financiero.

Relacionado con todo ello está, evidentemente, la decisión política adoptada en su momento -en Europa a través del Tratado de Maastricht- de restringir la emisión de crédito a los bancos centrales, impidiendo que los gobiernos pudieran emitir «crédito público» por sí mismos y quedando la emisión de crédito restringida al ámbito del sector financiero. Y, por otro lado, la probablemente excesiva influencia política de la gran banca privada sobre los bancos centrales y, muy especialmente, sobre la Reserva Federal USA.

Como consecuencia de todo ello, pensamos que los bancos centrales deberían ser probablemente privados de la decisión sobre el destino de las expansiones monetarias, que debería ser devuelta a los gobiernos. En todo caso, los bancos centrales podrían mantener su función de vigilantes del valor de la moneda y de la contención de la inflación, estableciendo para ello los límites cuantitativos totales que las políticas de expansión o contracción debieran alcanzar en cada momento. Pero en ningún caso deberían decidir si los receptores de los recursos monetarios creados deben ser el gobierno, el sector bancario o directamente la economía productiva. Que nuestros gobiernos hayan hecho dejación de esta función ha sido probablemente un error estratégico de enormes consecuencias en la economía política y en el futuro de nuestros países.

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