Josu MONTERO Escritor y crítico
La tierra y el aire
Hace un siglo un centenar de vecinos compraron mancomunadamente la dehesa de Formariz por 316.000 pesetas al amo para el que trabajaban como colonos. Aquella noche echaron cohetes al cielo para celebrarlo. Se habían empeñado hasta las cejas con los prestamistas. Pobres, pero sin amo. Estamos en la dura comarca zamorana de Sayago, contra la raya portuguesa. Pero el centeno, la cebada y las ovejas abocaron a muchos a la emigración. En 1958 llegó a aquellas perdidas tierras de Formariz el escritor y antropólogo peruano -indio quechua- José María Arguedas atraído por el comunitarismo sayagües. En 1969 se pegaría un tiro en Lima. Aquel mágico 58 coincidió en el pueblo con Justo Alejo, nacido en Formariz en 1936 y pastor en su infancia, pero que había volado luego para acabar siendo militar sin vocación; pronto se integró en la clandestina Unión de Militares Demócratas, además de dedicarse a escribir o a traducir y editar, por ejemplo, al poeta turco Nazin Hikmet. Andarín apasionado recorrió todo Sayago con su perenne sonrisa compartiendo jornadas con labradores y pastores, tomando notas, escribiendo, dejando testimonio de todo aquel mundo que estaba desapareciendo. El progreso era para él un monstruo voraz e inhumano; se opuso a embalses y a nucleares y pagó por ello. Amó la vida austera y sencilla, la tierra. No firmó sus libros o se inventó para hacerlo nombres hermosos, como Blas Pajarero. Pero el alma se le cayó a los pies. Una tarde de 1979 se vistió su uniforme de gala de suboficial y se arrojó al vacío desde la cuarta planta del Ministerio del Aire. Huyó así de ese «sumarísimo silencio que lo cercaba». Este verano Formariz festejó su primer centenario en libertad y decidió celebrar a su poeta secreto. Leyeron sus poemas y los colgaron de las ramas del roble bajo el que fueron esparcidas sus cenizas.