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60 DONOSTIA ZINEMALDIA

«El error es primo hermano del azar»

Oskar ALEGRIA I Director de «La Casa Emak Bakia»

Una película vanguardista de Man Ray (Emmanuel Rudzitsky, Filadelfia 1890-París; 1976) llamada «Emak Bakia» desata la historia de una búsqueda, la del periodista, cineasta y profesor universitario Oskar Alegria. El resultado es un documental, titulado «Emak bakia baita (La casa Emak bakia)», que se ha estrenado en Zabaltegi Especiales.

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Iratxe FRESNEDA |

«`La casa Emak Bakia' es como esa probeta; al final la casa no importa tanto, pero a su lado van saliendo tesoros inimaginables como una princesa rumana de 92 años prima de Nabokov y campeona de ping pong, una piara de cerdos que dejan filmar sus pesadillas, un payaso fetiche de Fellini... algo imposible de imaginar en la ficción. La película es un cúmulo de eurekas, gracias precisamente a esas imperfecciones al andar, esos desvíos y tropiezos al discurrir». Así define Oskar Alegría su primer «artefacto» audiovisual. «La Casa Emak Bakia» es la búsqueda de la casa cerca de Biarritz donde Man Ray se refugió para crear su cine libertario.

¿Qué tipo de loca necesidad le lleva a uno a embarcarse en un viaje como este?

La loca necesidad de saber por qué los ríos tratan de posponer al máximo su final y se entretienen en largas curvas antes de llegar al mar. La película creo que tiene un discurrir muy natural en ese sentido. Pero como lo tiene la propia vida también. Es un tributo al meandro, un elogio al desvío y a la curva, todo como necesidad loca para alterar el destino. El final es inevitable, eso es viejo cuento, pero está claro que puede ser diferente según y cómo lleguemos a él. Además, la línea recta es muy aburrida y nada libre, se ve que solo los animales gregarios la siguen para buscar alimento. Por eso en este filme, que es muy libre en su largo y errático camino en busca de una casa, la única línea recta que se acepta es la de la alfombra roja, pero eso es tras la película, claro.

La búsqueda como punto de partida y como MacGuffin para hablarnos de todo aquello que uno se encuentra en el camino, durante el viaje...

Hay una parte intermedia en la película en la que se enseña el mapa de ruta, es el trazo que hace a diario una liebre en su devenir por el mundo. Me encanta. Es como un jeroglífico lleno de curvas, dudas, vueltas, saltos laterales, no hay ni un paso en recto, como decíamos. Es algo que se ve también en las danzas vascas, los zortzikos por ejemplo, que tanto influyeron en ese Ravel niño que los veía en la plaza de Ziburu. De ahí creo que le vienen sus primeras piezas de piano, donde nada suena fluido, es puro trompicón. Naturaleza en esencia. Me parece que esa manera imperfecta de avanzar, como las zancadas de Zatopek, ese moverse sin estilo, te puede llevar a sitios insospechados, como buscan los ríos, y para salir a la aventura de buscar una casa es el ritmo más adecuado.

Este documental también le está llevando de viaje de festival en festival: Edimburgo, Buenos Aires y, recientemente, Colorado. ¿La experiencia le dará para un par de documentales?

Haría un documental con las tres personas que han venido a ver la película dos veces en los sitios que mencionas. Eso es algo extraordinario, más que llenar la sala, sin duda. Y creo que esas tres personas tienen algo en común, algo que me intriga y solo ellos saben. En Argentina, fue Martín Jauregui, hijo de vascos emigrados: me dijo «vine a emocionarme de vuelta» al entrar en la segunda sesión, quizás en busca de su propio Jauregi él también. En Escocia, una experta en filología gaélica llamada Déirdre ní Mhathúna se justificó con un magnífico: «El otro día vine a verla, hoy vengo a oírla». Le apasionaba el euskara bajonavarro de un pastor de la película, por ejemplo. Y en Colorado, Stephanie Two Eagles, una mujer encantadora de origen sioux que, según me dijo, quedó atrapada por la ligereza con la que la película pisa la tierra. Creo que todos coinciden en señalar que el pez que hay en el fondo de la película es un pez salvaje.

Además de un espacio físico como la casa y de todo lo inesperado que encontró durante el camino, ¿sintió la obra de Man Ray más cercana?

Man Ray, en realidad, es un copiloto, un gran copiloto en esta búsqueda, pero no es el eje central, sencillamente porque cuando dejas trabajar al azar, como él mismo hacía, tienes que olvidarte de ejes centrales. Como les gusta decir a los franceses: «Este no es un documental sobre Man Ray», cuando en realidad y visto en perspectiva sí lo es, pero no directamente, pero quizás por eso explique mejor a Man Ray. Me explico: para recuperar un filme antiguo se puede hacer una restauración química con nitrato, etc., pero también se puede recuperar el espíritu de una vieja película, es decir, revisitar la manera cómo se hizo esa película, porque es algo que se daña también con el tiempo, se raya, y conviene darle de nuevo brillo y luz. Y quizás ese intento tangencial de atrapar el espíritu de alguien nos dice más de esa persona que un documental directo y biográfico de su vida y milagros. Man Ray hizo su película de una manera muy libertaria, sin interferencias, y mi película en ese sentido le sigue los pasos por ese camino, en los créditos no hay logos ni empresas, ni siquiera pasa como un rodillo, son solo nombres fijos de grandes amigos que se han sumado al viaje, es la vuelta al cine furtivo hecho en auzolan.

Desvíos narrativos, puntos de fuga durante la narración que constantemente le dan giros a la historia y le aportan movimiento. ¿Pensaba en ello cuando lo hizo, cuando lo editó?

Sí, claro, son como los afluentes: uno puede desviarse por ellos, pero tienen que servir a un cauce central, más lejos o con menos caudal, pero tiene que haber un camino. Eso no es ninguna imposición si se sabe jugar con él. Sin camino no hay desvíos, y además no conviene irse muy lejos, es como esa sensación en el monte, cuando nos perdemos y seguimos avanzando hasta que vemos que es la buena senda, esa satisfacción, esos momentos previos de no saber adónde vamos, las dudas de volver...

Resultados imperfectos, quizá ese sea un camino en el cine que apreciar e indagar...

El error es primo hermano del azar y dan frutos maravillosos. La penicilina, el champán... existen porque existen los errores. Me gusta la imagen del científico obsesionado ante su probeta, tratando de descubrir, hasta que alguien le llama, vuelca con el codo sin querer la probeta y ¡zas! el líquido derramado produce un descubrimiento inesperado, que supera con creces a lo que en principio se buscaba con obsesión.

«Tengo dudas de si lanzarme a otra aventura fílmica o perderme a hacer quesos»

¿Cómo es posible realizar un documental con una calidad extraordinaria como este sin ningún tipo de financiación? ¿Es algo de lo que enorgullecerse, preocuparse...?

Porque es una película fronteriza, hecha en la muga, en largas horas robadas a la noche, encerrado en un refugio en Getari, el de Iparralde, al lado de la casa Emak Bakia, sin dar muchas explicaciones. La tecnología ayuda y hoy se puede hacer una película en pijama, doy fe de ello, es decir sin pisar una empresa ni salir de casa. Basta una cámara de fotos y un portátil para lograr la calidad que antaño era carísima e imposible de armar en soledad. Es, en cierta manera, una forma de recuperar el contrabando de nuestros antepasados, un trabajo llevado en secreto, porque quizás esa sea la mayor premisa, que no sea muy público lo que haces porque hay enemigos de que toda esa independencia sea posible e intentarán torpedearte el proyecto. La gran lección para mí de Man Ray es que supo que la libertad la practica el que más la esconde, por eso el nombre Emak Bakia le vino como anillo al dedo, una lengua misteriosa que llevarse a París. Y volviendo al contrabando, en vez de pasar mantillas o ganado, a nosotros nos toca atravesar la muga con imágenes cargadas a la espalda -es como lo llamaban en Baztan «gaulana- y de día dedicarse a otra cosa, pues eso, cinema mugalari.

¿Qué es lo que le aportó personalmente como «creador» (documentalista, cineasta... lo que prefiera) realizar esta película?

En Argentina, una crítica a mitad de festival destacó que «Emak Bakia Baita» no se parecía en nada a lo visto hasta el momento y añadía que era mucho lo visto hasta entonces. Hubo también un americano que me hizo gracia, lo llamaba siempre «artefacto», no decía nunca documental ni película. Me gusta eso. El sentido de ser un objeto inasible, difícil de agarrar, eso ya puede ser aportar algo. En realidad creo que la pirueta de mi «artefacto» es que intenta mezclar en la misma viñeta a Tintín y Asterix. Creo que en el camino hacia la casa Emak Bakia hay un periodismo refinado que camina de la mano de un canto a la aldea, una elegancia intelectual junto a una fuerza más salvaje. Pero eso no es aportación personal, gentes como Atahualpa Yupanqui o el mismo Franco Battiato utilizan muy bien ese pegamento, yo como ellos tampoco creo en el divorcio entre la intelectualidad y el pueblo, es aquello que un arriero le dijo a Jardiel Poncela un buen día: «Sepa usted, caballero, que todo absolutamente todo, lo sabemos entre todos». Así es y así debe ser.

¿Imagino que ya estará pensando y planteando algún nuevo proyecto?

Buf. La gente se lo toma a broma, pero digo que ésta es mi primera película y la última. Lo hablado antes, lo de la libertad y tal, suena muy bonito, pero tiene unos peajes terribles. No creo que sea necesario sufrir para crear, pero a mí me resulta muy duro, quizás es que no estoy genéticamente preparado para ello. Hay gente que me pregunta como afirmando, «pero tus padres son artistas ¿no?» y yo les suelo decir, «pero ¿hace falta eso?». Ahora tengo dudas de si lanzarme a otra aventura fílmica o recular a mis orígenes y perderme a hacer quesos.

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