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La «línea roja» de Netanyahu no deja margen para cambiar el curso de una guerra contra Irán

El discurso del primer ministro israelí en la Asamblea General de la ONU había levantado mucha expectación. No en vano, todos esperaban con inquietud la posibilidad de un anuncio inminente de guerra contra Irán. Las elecciones del próximo noviembre en EEUU, las cuales Netanyahu tiene capacidad de condicionar, no eran ajenas al discurso. Finalmente, el primer ministro israelí no decepcionó y, sin sorpresa alguna, dio un margen de tiempo -primavera o verano del próximo año-, una razón -el enriquecimiento de uranio iraní habría alcanzado un punto de no retorno- y, sobre todo, hizo una promesa ante todo el mundo: Israel está decidida y comprometida con la destrucción del programa nuclear iraní si Irán no da un paso atrás y lo suspende. Netanyahu, de facto, ha dejado poco margen, en realidad ninguno, para cambiar el curso de los acontecimientos que apuntan hacia una guerra que tendría consecuencias mundiales. La retórica guerrera, su compromiso público con una contienda tan peligrosa y quizá impracticable, funciona como cortina de humo y sirve para tapar muchos temas, como el genocidio palestino. Pero como promesa, ha llegado a un punto de no retorno.

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