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Raimundo Fitero

Planes

 

La noche del sábado, en los últimos estertores de La Sexta como canal libre de yugos y flechas planetarias, se hizo un especial que acabó siendo un monográfico sobre la violencia en las concentraciones de Madrid. La presencia de un sindicalista policial daba un relieve especial al asunto En todos los casos las actuaciones de sus «¡compañeros coño!», estaban provocadas por los manifestantes aunque que en los vídeos no se mostraban. El cinismo se convertía en estulticia. Junto a este joven y apuesto madero, periodistas del pesebre marianista, monaguillos de la progresía vacua. Pero invitaron a un tipo raro, un hombre mayor, manifestante, testigo presencial de los abusos policiales y que, para más señas, había sido treinta años policía municipal en Barcelona con el rango de sargento. El único que se enfrentó cuerpo a cuerpo, ley y experiencia en la mano al madero. Lo mandaban callar.

En «El Gran Debate», hablaron del asunto, con sus tertulianos habituales y dos invitados extraños. Ese hombre mayor que apareció en las portadas, un gallego apaleado por la Policía, detenido y acusado arbitrariamente, que dijo las verdades del barquero, que había visto como los encapuchados entraban y salían del cordón policial con palos y banderitas. Habló de la existencia de un plan, de que nada fue casual, que es la estrategia del Gobierno. Y ello lo corroboró otro ciudadano, que se enfrentó a una de las caras más elocuentes de la extrema derecha mediática. Se presentó como un votante y militante del PP, pero que «maldita la hora que los voté», se había dado cuenta de las mentiras. Es el famoso camarero que impidió la entrada de los salvajes a su local. Al día siguiente fueron a por él de manera descarada, le dieron empujones, se desmayó y su testimonio se convirtió en una de esas gotas que rebosan algunos vasos.

Son los planes del Gobierno, la estrategia de la tensión. Le han concedido una medalla al jefe de los antidisturbios de Madrid. No es broma. Con esa actuación violenta se ha desviado la atención del auténtico problema. La gente protesta porque no se siente representada por una clase política inútil, dependiente del gran capital.