RUGIDOS ROJIBLANCOS
Llorente, la cruda realidad
Juan Carlos LATXAGA http://juegodecabeza.com/
El espejismo se ha desvanecido pronto. Parecía que después del gol en Cornellá, las promesas de amor eterno al Athletic efectuadas en los medios madrileños y los aplausos con los que le recibió San Mamés la noche del estreno europeo, Llorente se reincorporaba a la normalidad que había pedido Josu Urrutia para completar un año que, se mire como se mire, no puede ser ni medio normal para el delantero. Pero la cruda realidad se ha impuesto muy pronto. Y la cruda realidad es que Llorente no está por la labor de asumir el papel que él mismo se ha adjudicado tras encontrarse con la respuesta firme del club a su pretensión de abandonar el Athletic a toda costa.
A algunos futbolistas se les suele llenar la boca proclamando su profesionalidad aunque no sepan ni cómo se escribe esa palabra. Para ellos, la profesionalidad consiste simplemente en cobrar, olvidándose del amplio abanico de exigencias que lleva implícito el concepto.
Fernando Llorente apeló a su profesionalidad para justificar sus deseos de salir del Athletic. Quería buscar, dijo, nuevos horizontes profesionales, nuevos retos más acordes al parecer con su categoría personal. Quería ganar títulos, que siempre suena mejor que decir que quería ganar más dinero, algo a lo que, por otra parte, está en su perfecto derecho a aspirar.
Llorente no ha asumido, sin embargo, que la condición de profesional comprende, entre otras, la obligación de cumplir los contratos mientras éstos estén en vigor y el suyo con el Athletic tiene plena vigencia hasta el día 30 de junio de 2013, como lo demuestra la nómina que habrá cobrado el día 31 con sello de Ibaigane. Cumplir el contrato significa en su caso entrenar con la dedicación que requiere un profesional para estar a disposición de lo que decida el entrenador, es decir, para ser titular, para ser suplente, o para dejar correr el turno fuera de la convocatoria, porque no se esté en las debidas condiciones físicas o anímicas, como ha sucedido en su caso.
Ser profesional implica también la obligación de estar a disposición del jefe o de la empresa, aunque no te guste ni la cara del jefe ni el logotipo de la empresa, qué le vamos a hacer. Esto que para el común de los mortales no requiere mayor explicación más o menos a partir de la edad de la Primera Comunión, sigue siendo un arcano para los futbolistas profesionales y para algunos de los que les bailan el agua, ya sea en el célebre entorno o en la prensa especializada, que en no pocas ocasiones suele especular con las posibles malas relaciones de los jugadores con el entrenador como explicación del bajo rendimiento de aquellos.
Llorente no es ni el primer futbolista ni será el último en ser expulsado de un entrenamiento. El diario «Marca» publica un interesante resumen de algunos de los últimos incidentes de este tipo que se han producido en las últimas temporadas. Por cierto, resulta muy ilustrativo hacer un somero análisis de la personalidad de los protagonistas.
El caso de Llorente adquiere mayor relevancia en el contexto de esta continua crónica de sucesos en la que se ha convertido la actualidad del Athletic en los últimos meses y al afán de magnificar que se ha instalado últimamente en los aledaños del club. La convocatoria del jugador para el partido contra el Sparta de Praga confirma que el club considera el incidente como de menor cuantía y parece desmentir que de momento la cosa vaya a pasar a mayores aunque eso no signifique que el asunto esté resuelto, ni mucho menos.
Urrutia pecó de ingenuo al pensar que la temporada podría transcurrir por unos cauces más o menos asumibles manteniendo en la plantilla a un jugador que no quiere estar y cuya presencia ahora mismo es más virtual que real. Llorente vive en otro mundo, en su mundo, que está en algún otro equipo y en el futuro, no en el presente y en el Athletic.
La permanencia de Llorente en la plantilla es un incordio, para él y para todos los que le rodean. Tratar de dar una apariencia de normalidad a una situación que no es normal es un contrasentido que va en perjuicio de la entidad. Y lo peor es que a estas alturas el problema es irresoluble, como lo suelen ser todos aquellos en los que están en juego principios irrenunciables. Esa es, ahora mismo, la cruda realidad de Llorente y del Athletic. Mal asunto.