CRíTICA: «Diario de Greg 3: Días de perros»
Las vacaciones precipitan el conflicto paternofilial
Mikel INSAUSTI
Voy a ver las nuevas entregas de la franquicia «Diario de Greg» por obligación, ya que nunca lo haría por gusto. Disfruté como un enano con la primera divertidísima entrega, pero después ha quedado claro que las siguientes ya nunca van a alcanzar el mismo grado de ingenio. La adaptación inicial del 2010 captó a las mil maravillas todo lo bueno que hay contenido en los libros infantiles originales de Jeff Kinney, los cuáles descubren la manera de ser infantil desde sus contrastes con el mundo adulto, manifestados a través de las descacharrantes travesuras escolares y domésticas.
En las decepcionantes segunda y tercera entregas se pierde el efecto sorpresa del glorioso precedente. La gracia estaba en la presentación de los personajes, tanto de los principales como de los secundarios, por lo que una vez conocido su comportamiento resultan más previsibles, puesto que siguen siendo niños y no van a cambiar de la noche a la maña. El otro fallo de bulto radica en que ambas continuaciones van acumulando desastres a lo largo del relato hasta culminar con el esperado gran estropicio final. Greg y su amigo Rowley la armaban en la segunda con motivo de la función anual del colegio, mientras que en la segunda es el hermano de Greg quien provoca el caos en la fiesta de cumpleaños de la hermana pija de la niña favorita del protagonista, con la accidentada actuación de su grupo punk Loded Diper.
Pero el eje central de «Diario de Greg 3: Días de perros» lo constituye el conflicto paternofilial que interpretan el estelar Zachary Gordon y el actor cómico Steve Zahn. Viene dado porque Greg quiere pasarse el verano jugando con la play, mientras que su padre prefiere que haga ejercicio al aire libre. Intenta que así sea en la piscina municipal o en el club de tenis y, por último, en un campamento de exploradores. Finalmente desistirá, en vista de que su familia no está hecha para el deporte y la aventura. Tardan tanto en descubrir lo evidente, que el genial Robert Capron acaba viendo su papel de colega especialista en meterse en líos más desplazado de lo habitual.