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Hará falta algo más que el impacto de morteros para que Turquía y Siria se declaren la guerra

Hace apenas una década, el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, y el presidente sirio, Bashar al-Assad, pasaban juntos sus vacaciones. Parecía que quedaban atrás las viejas querellas -derivadas de la Guerra Fría, los conflictos del agua, el dilema kurdo y la posición frente a Israel- y que caminaban juntos hacia la integración económica, la cooperación militar y la amistad diplomática de la mano de la política de «cero problemas» con los vecinos. Hoy, sin embargo, juegan con fuego mientras se especula con una posible guerra.

Retaguardia del autodenominado Ejército Sirio Libre y guardián de sus líneas de abastecimiento, Turquía estaba de facto muy implicada en el conflicto sirio. El impacto de proyectiles de mortero que causaron cinco muertos ha llevado al contraataque turco y a que el Parlamento dé plenos poderes a Erdogan para la guerra. Pero, ni la OTAN, ni EEUU ni la propia Turquía quieren verse atrapados en el avispero sirio. Ni mucho menos la opinión pública turca. Nadie quiere abrir la caja de Pandora, una guerra regional a gran escala, que podría devenir en conflicto mundial. Habrá nuevos incidentes, pero hará falta bastante más para que Turquía y Siria se declaren la guerra.

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