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Dabid LAZKANOITURBURU | Periodista

La culpa de todo la tienen, siempre, los kurdos

Turquía ha puesto el grito en el cielo y ha amagado con una guerra a Damasco después de que el fuego cruzado entre sus protegidos rebeldes armados sirios y el régimen por el control de un puesto fronterizo matara a cinco civiles en la localidad kurda de Ackakale.

De todos es conocido el «mimo» con el que Ankara protege a la población kurda.

El problema es que ya no pueden dar testimonio de ello los miles de civiles muertos, torturados y encarcelados en decenios de conflicto por los derechos de la población kurda en Turquía.

Tampoco podrán hacerlo los dos kurdos de Siria que, horas antes de que cayeran los obuses en Ackakale, mató el Ejército turco desde el otro lado de la frontera. ¿Su delito? Proteger a los suyos de los desmanes de los dos bandos armados que se enfrentan en suelo sirio.

El nuevo guardián de la Sublime Puerta de Estambul, el neotomano Recep Tayip Erdogan, decidió subirse al carro de la legítima revuelta siria para intentar controlarla, monitorizarla-militarizarla e impedir que los kurdos de Siria lograran un estatus similar (un Estado de facto) a los kurdos de Irak.

Poco le importa realmente a Erdogan el destino del pueblo sirio y el del sátrapa Bashar al-Assad, con quien compartía vacaciones, toalla y toldo hasta hace pocos años. Sigue así el ejemplo de Sarkozy con Gadafi. Hoy eres mi amigo y me financias las elecciones, mañana te mato.

Es parte del macabro juego de intereses y estrategias de la política internacional. Y en el que siempre pierden los mismos: los kurdos, de Turquía o de Siria. El drama de otro pueblo marcado hasta ahora por la eterna derrota.

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