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David RUIZ MARULL I Perodista de La Vanguardia y Perarnau Magazine

El «Loco», una personalidad inquebrantable

 


Verano convulso, extraño en Bilbao. Pese a la gran temporada realizada, las vacaciones no le sentaron muy bien al Athletic. Polémicas y más polémicas han afectado al club rojiblanco, con Marcelo Bielsa enfrentado a la directiva y a los pesos pesados de la plantilla, campeones del Mundo y de Europa hartos de la exigencia del técnico. Javi Martínez se marchó, Llorente forzó al máximo pero no logró su salida y probablemente va a pagar este desplante, esta falta de compromiso, hasta final de curso, cuando acaba su contrato.

El primer año del entrenador argentino en San Mamés enamoró a la mayor parte de la afición de los leones, que soñó con ver de nuevo a su club convertido en un grande y que prácticamente no tuvo en cuenta las derrotas en la final de la Europa League y de la Copa del Rey. El eminente técnico de Rosario exprimió al máximo a unos futbolistas jóvenes y con talento a los que llevó a ejecutar un fútbol alabado por propios y extraños.

Por eso han sido chocantes los acontecimientos ocurridos en los últimos meses. Nadie esperaba que el equipo se desmoronara de tal forma tras rozar el éxito con la yema de los dedos. Nadie que no conociera la trayectoria de Bielsa, claro. Si algo ha evidenciado el `Loco' en todos los clubes donde ha estado es que su búsqueda de la perfección no tiene límites y esta obsesión acaba pasando factura.

Una lectura transversal a la biografía de Bielsa ``Lo suficientemente Loco'', del periodista Ariel E. Sienosiain, da muchas claves para entender su personalidad y demuestra que en Bilbao no viven una situación excepcional, que allá por donde ha pasado, el argentino ha dejado huella, en lo positivo y en lo negativo.

Porque Bielsa es un hombre que no se anda con niñerías, que busca la mejora constante, que no da tregua a los que trabajan con él. «La alta competencia es para un núcleo selecto, no para los que sólo tengan ganas de participar en ella. En las prácticas lanzamos 220 centros a un jugador; si se abstiene de picar a uno, le corrijo. Una oportunidad es el gol y en ese gol nos quitó el triunfo y la gloria, que para mí es mucho más movilizadora que el dinero». Una declaración que define su perfeccionismo.

En Newell's, en el club de su vida, en su primer trabajo como técnico, Marcelo Bielsa vivió ya una situación parecida a la actual. En el segundo semestre de 1991, meses después de ganar el campeonato, su equipo estaba en las últimas posiciones de la tabla. «El nivel de autoexigencia que le implantamos al plantel es enorme. Es inútil, del éxito siempre se sale con alguna abolladura». Hablaba de los Leprosos, pero tranquilamente podría estar hablando de la actual situación del Athletic.

«El éxito -opina Bielsa- deforma, relaja, engaña, nos vuelve peor, nos ayuda a enamorarnos excesivamente de nosotros mismos. El fracaso es todo lo contrario, es formativo, nos vuelve sólidos, nos acerca a las convicciones, nos vuelve coherentes».

La exigencia es constante en su carrera. El mensaje antimediocridad se lo inculcó su madre. Dedicación absoluta y exprimir al máximo a jugadores, asistentes y directivos como lo hace consigo mismo. Una vez, en un amistoso ante el Olimpia de Paraguay para celebrar la liga, sustituyó a los 11 titulares de Newell's disgustado porque no rendían y porque el día anterior habían regresado de la boda del jugador Darío Franco más tarde de lo previsto. Bielsa nunca se relaja.

Algunos futbolistas se referían a él como «un mal necesario» que les sacaba todo su potencial y les llevaba al éxito a costa de no tener más vida que el fútbol, hablar constantemente del trabajo y no desconectar nunca. Todos los que lo conocen aseguran que Bielsa es una persona honesta, que se rige por parámetros idénticos que le han acarreado problemas similares en todos los clubes que ha estado. Alguno podrá decir que no aprende de sus experiencias negativas cuando lo que ocurre es que tiene fuertes convicciones.

Su relación con los jugadores ha sido siempre igual, estuviera dirigiendo a estudiantes universitarios o a estrellas de renombre como Chilavert o el Burrito Ortega. A los mejores les exige más y eso no gusta a todas las figuras. «Los mejores no merecen privilegios, a ellos hay que exigirles proporcionalmente a sus cualidades», opina.

Todo tiene su razón de ser para el actual entrenador del Athletic. «Correr es un acto voluntario, no de inspiración. A mis jugadores les digo que jamás podría reprocharles la falta de talento. En lo que sí soy inflexible es en la entrega, porque depende solo de ellos, de que ellos lo quieran, no de que Dios les ilumine».

En Vélez, con una plantilla que lo había ganado todo a las órdenes de Carlos Bianchi, con futbolistas de mucho carácter como Chilavert, Martín Posse, Darío Husaín o el actual entrenador del Valencia Mauricio Pellegrino, Bielsa tuvo muchas dificultades para implantar su estilo. «Cuando empezó a marcar la cancha con una cinta, delante de jugadores que eran campeones del mundo (habían ganado la Intercontinental ante el Milan en 1994), ellos decían: `¿y éste qué me va a venir a enseñar?'», recordaba el presidente de la entidad, Raúl Gámez. Los convenció poco a poco y acabaron logrando el torneo Clausura 1998.

Explica Ariel E. Senosiain en su biografía del Loco Bielsa que la personalidad «tan cerrada de Marcelo, su aversión a mostrar su lado humano y sus emociones permanentemente escondidas, no le dejan mimar a sus dirigidos». El portero Germán El Mono Burgos, que coincidió con Bielsa en la selección argentina, considera que la mejor virtud del técnico es que «no tiene problemas en mandarte a la mierda a la cara» y destaca que tiene que irse de los sitios para que le reconozcan su buen hacer.

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