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El resultado electoral es crucial porque condicionará los acuerdos de la próxima fase política

La situación política vasca es en este momento tan excepcional que ni siquiera la apertura de la campaña electoral para el Parlamento de Gasteiz ha logrado tapar la necesidad de mirar más allá de las elecciones, más allá de la siguiente legislatura e incluso más allá de los territorios en los que el 21 de octubre se celebran estos comicios. No solo está en juego la representación parlamentaria en una parte del país, sino las posiciones -de poder y de partida- desde las que arrancará la definición real de esta nueva fase política para la nación vasca.

En esa clave se sitúan las entrevistas a personalidades de diferentes ámbitos de la sociedad que acompañan estos días la información electoral de GARA. En ese apartado, Mario Zubiaga analiza hoy las fortalezas y debilidades con las que se enfrenta la nación vasca a un momento de cambio estructural. Para quienes desean un nuevo marco político y otro modelo socioeconómico, las potencialidades de cara a una segunda Transición -marcada por el cese de ETA- son grandes. Según Zubiaga, el contexto es más favorable que en 1975. Pero también lo son los riesgos, dada la capacidad de bloqueo que puede tener el Estado en el proceso de normalización y las tentaciones que, como consecuencia del miedo al cambio, pueden surgir entre quienes ostentan mayores cotas de poder en el actual entramado político, especialmente PP y PNV.

Con todas sus diferencias (ideológicas, culturales, de tono y de ritmo, pero sobre todo de praxis), tanto PNV como EH Bildu han situado sus estrategias electorales en este contexto histórico: un nuevo tiempo requiere de acuerdos de país en clave de futuro. Sin frentes pero sin vetos, desde el respeto a la democracia y a la pluralidad. Por el contrario, sus adversarios parecen atrapados en el pasado, a remolque de los acontecimientos. En este contexto de cambio, la flaqueza electoral de PSOE y PP es consecuencia de la debilidad política de sus posturas, subordinadas al dictado de sus aparatos metropolitanos.

Es importante que la voluntad de llegar a esos acuerdos mostrada en campaña tanto por PNV como por EH Bildu se sostenga en el tiempo. El reconocimiento de la nación vasca y de su derecho a decidir, por un lado, y la defensa de una propuesta socioeconómica propia, que rompa con la perspectiva neoliberal y responda a la realidad económica y social vasca, por otro lado, son los pilares de esos acuerdos, aunque ayer Urkullu los rebajase de manera lamentable. Es evidente que los objetivos y los ritmos de las fuerzas abertzales difieren, pero en este momento histórico deben confluir de algún modo, sin por ello dejar de competir. También es importante ser conscientes de que históricamente los mandatarios españoles han llegado a acuerdos obligados por la necesidad y sin voluntad alguna de cumplirlos. La implementación de los acuerdos es tanto o más difícil que su consecución.

Un momento político que transciende a la CAV

En el retrovisor de las elecciones del 21-O aparece el adelanto electoral en Nafarroa, y con él las opciones de articular una alternativa al ciclo que ha tenido en la partición del país su máximo y casi único principio. Esos comicios vendrán condicionados por el escenario institucional que quede en el resto de provincias de Hego Euskal Herria, pero también por una situación socioeconómica insostenible, consecuencia directa del aislacionismo provocado por la partición -y cuyo déficit Madrid ya no puede financiar-. Asimismo, el debate sobre el reconocimiento institucional de Ipar Euskal Herria sigue su curso y, si bien la voluntad política en París parece flaquear según avanza el tiempo, el debate está encima de la mesa. Pero, sobre todo, está instalado en la sociedad afectada por esa falta de reconocimiento.

Por otro lado, la situación política de Catalunya (íntimamente asociada a la decadencia institucional, la crisis económica y la desvertebración social del Estado español, pero sobre todo generada y sostenida por una ola social que ha superado los pronósticos y planes prefijados por los partidos catalanes) marca un contexto en el que los acontecimientos se solapan y marcan un ritmo difícil de prever, complicado de gestionar, poco apto para timoratos y conservadores (sean catalanes, españoles o vascos).

El cambio debe ser una exigencia social

En todos los casos mencionados la clave es una sociedad activada en clave de contrapoder. Es preciso construir una alternativa que no deje lugar a la alternancia, a la continuación de políticas sociales y económicas regresivas y de imposiciones antidemocráticas. No cabe separar esos ámbitos; de eso tratan estas elecciones.

Según diferentes encuestas, estos comicios volverán a evidenciar que la sociedad vasca se sitúa mayoritariamente en el soberanismo y en posiciones de izquierda. Dos ejes que deben articularse para alcanzar los mejores acuerdos posibles para esta fase política, los que mejor reflejen la voluntad popular de la ciudadanía vasca. Como consecuencia de su historia de lucha y su posición geopolítica, la sociedad vasca es bastante más soberanista y bastante más de izquierda que el establishment que la ha dirigido estos últimos treinta años. El grado de soberanismo y de justicia social que se logre en adelante vendrá marcado por los resultados del 21 de octubre.

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