La realidad británica tras la resaca olímpica del verano y los últimos escándalos reales
La clausura de los Juegos Paraolímpicos supuso el final del denominado verano olímpico londinense, que algunos han utilizado para resaltar algunos valores y referencias británicas que no atravesaban por buenos momentos.
Txente REKONDO Analista internacional
Tras la arriada de la bandera olímpica, los escándalos de diferente tipo han acaparado las portadas de los periódicos y las conversaciones en las calles y pubs: las fotografías del topless de la princesa Catalina, el informe sobre la tragedia de Hillsborough, la crisis política de la actual coalición de conservadores y liberal-demócratas, la ocupación de Afganistán, los recortes o las privatizaciones que asolan al país.
Un recorrido por las calles y barrios de Londres nos permite ver con mayor claridad algunas panorámicas de lo que ha supuesto la cita olímpica, y los intereses declarados o no que han acompañado a la misma.
La presencia de la otrora «desaparecida» Union Jack, la bandera del Reino Unido que en los últimos tiempos había cedido el paso a la de Inglaterra (excepción de unionistas y lealistas del norte de Irlanda, aferrados a una realidad que se viene desintegrando muy a su pesar) ha estado presente por doquier: en pubs, en anuncios colgados de las grandes fachadas de algunos centros comerciales del centro de la ciudad, en edificios oficiales y casas particulares... incluso los famosos arcos del Soho estuvieron presididos durante estas semanas por la Union Jack, una imagen de la reina y una bandera china.
Otro tanto se puede decir de la imagen de la Casa Real, también presente en enormes carteles colocados en lugares estratégicos de la ciudad. El situado cerca de la Tate Gallery, junto al Támesis, por ejemplo, ocupa todo un edificio mostrando una instantánea «antigua» de los miembros de la monarquía sin sus parejas (eliminando intencionadamente la presencia de la princesa Diana).
Las encuestas concluyen que términos como monarquía, Union Jack, Ejército o Reino Unido han recibido un impulso considerable con la celebración de los Juegos Olímpicos y que buena parte del citado «éxito» radica en la capacidad de embadurnar el evento con una mezcla de modernidad y tradición, como se pudo apreciar también en la ceremonia inaugural. Por tanto, la estrategia diseñada para reforzar la unidad del Reino Unido y la imagen de algunos de sus pilares básicos (sometidos a una creciente pérdida de apoyo popular en los últimos años) parece haber seguido el guión previsto.
No obstante, en las calles londinenses también se pueden encontrar voces que difieren de estas lecturas optimistas y que se centran en los millones gastados en esas celebraciones (sobre todo, en un momento de crisis como el actual), en el coste económico del despliegue militar (sin olvidar la connotación política del mismo), el verdadero papel (y beneficiarios) de este montaje, señalando a las grandes marcas como Pepsi, McDonalds o Union Caribe.
La publicación de las fotografías del topless de la princesa Catalina han capitalizado buena parte de las noticias, situando de nuevo a la monarquía en el centro de la polémica, perdiendo de esta manera parte de lo ganado con la parafernalia olímpica, y ha abierto la veda para censurar esas informaciones gráficas, como paso previo a una más amplia censura.
La monarquía británica ya ha vivido situaciones parecidas como, por ejemplo, con las fotografías en topless de Sarah Ferguson, las del príncipe Carlos desnudo en una ventana o las de la difunta princesa Diana besando a Doddi al-Fayed. A raíz de este nuevo «escándalo», algunas voces han cargado contra la labor de los paparazzis, aunque otros han ido más allá pidiendo una regulación más restrictiva de la libertad de expresión.
Esta polémica coincide con el intenso debate originado por las protestas contra la película estadounidense en la que se parodia a Mahoma. Resulta cuando menos curioso que todos estos escándalos, que tanto parecen preocupar a determinadas élites del país, sirvan para ocultar actuaciones como las del magnate mediático Murdoch, que usó su poder político y económico para supuestamente sobornar a políticos y policías.
Otra noticia relacionada indirectamente con la Casa Real sirve para mostrar otra faceta de la actual Gran Bretaña, en esta ocasión su política exterior. La alianza que mantiene desde hace años con EEUU se materializa en la presencia militar de tropas británicas en Afganistán. El ataque de la resistencia afgana contra una base de las fuerzas de ocupación, donde se encontraba un miembro de la familia real británica, ha servido para impulsar el debate sobre el papel en aquel país y la posible retirada de tropas.
La situación política del país hace prever un otoño movido. Las divisiones y choques entre los socios de gobierno son cada vez más frecuentes. Mientras los conservadores están impulsando una política cada vez más reaccionaria, encaminada a hacer desaparecer el estado de bienestar y a seguir con la privatización de sectores claves, sus socios liberaldemócratas asisten a una caída sin freno en cuanto a apoyo popular.
Recientemente, el liberaldemócrata y secretario de Cambio Climático Ed Davey presentó un proyecto para impulsar las fuentes alternativas en materia energética, al tiempo que el conservador George Osborne anunció la intención del Gobierno de invertir en la generación de energía derivada de combustibles tradicionales.
Como resaltó una parlamentaria laborista, la política de David Cameron va incluso «más allá de la que en su día llevó adelante Margaret Thatcher», ya que más que privatizar lo público, está «desmantelando por completo el estado de bienestar».
Las malas predicciones en las encuestas han llevado al primer ministro, David Cameron, a proteger su liderazgo a toda costa, buscando resultados y maniobras a corto plazo. De ahí que sea la derecha más conservadora la que esté en estos momentos dirigiendo las riendas del país, mientras que los dirigentes liberaldemócratas asisten a una situación desesperada, y para quienes cualquier alternativa (un posible pacto con laboristas) no augura un mejor futuro.
El reciente informe sobre la tragedia de Hillsborough es otro síntoma de la situación que se vive en Gran Bretaña. Cuando se acaba de cumplir un año de los disturbios que se vivieron en las calles de Londres y que dieron la vuelta al mundo, un informe independiente sobre aquella tragedia, que hace 23 años costó la vida a casi cien personas en el estadio de fútbol del mismo nombre, ha concluido que la investigación policial estuvo plagada de mentiras y de actuaciones irregulares para ocultar lo ocurrido y salvar así su propia reputación.
«De qué manera la gente con poder trata a toda aquella que no lo tiene», así se refería un periódico de amplia tirada a la situación vivida en torno a esa tragedia, pero que bien era aplicable también a otros ámbitos de la realidad británica.
Como destaca un periodista local, la necesidad de reformas es más que necesaria en la Policía, pero no en la clave de privatizar que promueven algunos conservadores (el fiasco de la seguridad privada de los Juegos Olímpicos es muy reciente), sino en la necesidad de acabar con la opacidad y secretismo que envuelve a la misma. «Este informe independiente demuestra que únicamente aquellos que se realizan de forma ajena a las autoridades persisten en la búsqueda de la verdad», remarca el citado periodista.
La corrupción se viene denunciando desde hace tiempo, y es que las élites del país no tienen empacho en utilizar la carrera política en beneficio propio e, incluso, seguir enriqueciéndose tras abandonarla gracias a sus suculentos contactos.
En opinión de dirigentes como el alcalde de Londres, este verano olímpico «ha mostrado a la audiencia mundial un rostro deslumbrante. Por primera vez desde el fin del Imperio, Londres se siente realmente como la capital del mundo», ha afirmado. Otros, sin embargo, han realizado un balance mucho más pesimista.
Las comparaciones con los juegos en Atenas, paso previo a la crisis griega; las salvajes privatizaciones y el desmantelamiento del sistema de bienestar (salud, educación, transporte, seguridad...) y, sobre todo, el balance final, en el que se ve claramente que determinadas élites políticas, económicas o sociales son las que verdaderamente se benefician de todos estos montajes.
La corrupción, el mantenimiento «a toda costa» de una realidad política que hace aguas, muy a pesar de declaraciones como las del alcalde de Londres -que sigue soñando con «su imperio»-, la privatización generalizada del Estado y de todos sus recursos... representan esa otra parte de la realidad que, a día de hoy, sigue instalada en Gran Bretaña y que se repite cada vez con mayor frecuencias en otros estados del mundo.