Atentado en la A-12
El testimonio que en comparecencia de Etxerat dio ayer Enara Rodríguez, hermana de un preso vasco, resulta escalofriante. Una agresión violenta, con tocamientos y amenazas de violación, tras una persecución en coche que pudo costarle la vida... un atentado de extrema gravedad que, más allá de la denuncia pública, exige de las autoridades una investigación rápida y exahustiva, resultados concretos que no pueden esperar. Los detalles de la denuncia, la marca y el color del coche, los horarios y el hecho de que circulara por una vía dotada de cámaras, si realmente hay voluntad política para esclarecer lo ocurrido y depurar responsabilidades, no parece que hagan de la investigación algo especialmente complicado. Pero este país con memoria de elefante sabe bien que hechos de este tipo tienen poco de descontrolado. Que muy al contrario, responden a exigencias de una agenda securócrata que pretende dar carta blanca a la violencia policial para hacer política mediante el miedo y obstaculizar así cualquier avance hacia soluciones definitivas.
Desgraciadamente, no es algo novedoso que familiares de presos políticos vascos sufran todo tipo de agresiones. Nunca nadie debería acostrumbrarse a ello. A las consecuencias de una política penitenciaria tan lesiva para ellos y sus allegados presos, sumarle ataques tan directos, en forma de atentado y con grave riesgo para su integridad, es dar un paso que va demasiado lejos. Que sitúa en el disparadero a miles de ciudadanos vascos, y que nadie comprometido con una convivencia civilizada, con sentido de la justicia, puede avalar ni por activa ni por pasiva. El caso de Enara Rodríguez es de tal gravedad y, si queda impune, establece un precedente tan peligroso, que nadie, ningún responsable político puede mirar hacia otro lado y no darse por aludido.
Frente a los securócratas que ven peligrar sus intereses y sustentos con la normalización política del país, es obligado multiplicar esfuerzos, profundizar en el camino emprendido y arropar a los familiares de presos políticos vascos. Desde la serenidad, pero con toda la contundencia que demanda la gravedad de los hechos.