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Robo del cadáver de Heriberto Lazcano, síntoma de una guerra fallida y sin rumbo

A primera hora de ayer, las autoridades mexicanas echaban las campanas al vuelo al anunciar la muerte del fundador del cartel de Los Zetas, Heriberto Lazcano. A última hora, ni siquiera estaban en posesión de su cadáver después de que un grupo de hombres armados atacara la funeraria donde era custodiado y se lo llevara. Este hecho ilustra bien la infiltración de los cárteles en las más altas esferas de poder y demuestra, por encima del golpe que supone la muerte de uno de los capos más buscados, que la llamada «guerra contra el narco» es una estrategia fallida y en descomposición.

Lazcano, antiguo miembro de una unidad de élite del Ejército, era según los analistas uno de los responsables de las fosas comunes, las decapitaciones y los ahorcamientos desde puentes. Junto con el «Chapo» Guzmán, era considerado un «enemigo público número uno». No faltarán candidatos a sustituirlo. Pero, sin cambiar de rumbo, sin actuar al otro lado del río Bravo -el mayor mercado mundial de drogas, lavadora del dinero negro del narco y el traficante de armas por excelencia- seguirá la sangría de una guerra que ya se ha cobrado más de 50.000 muertos. Para México, son sus muertos, pero no es su guerra.

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