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Andoni Olariaga | Licenciado en Filosofía

Por un pensamiento coherente

Con este artículo Andoni Olariaga se despide, al menos por el momento, de los lectores y lectoras de GARA. Y lo hace con el estílo incisivo al que nos ha acostumbrado durante los últimos años años y abordando, como siempre, temas de enorme actualidad.

Es hora para mí de parar y respirar aire nuevo, que otras personas vengan y ocupen este espacio con nuevas ideas, con otra energía. Y este último (por ahora) artículo, lo voy a escribir por primera vez (en este espacio) en castellano. ¿Por qué escribir el último artículo en castellano? Hay muchos que no han podido aprender o dominar el euskera tal y como quisieran (bien sea por su entorno geográfico u otras circunstancias importantes), pero pesar de ello y de las dificultades añadidas, sé que me han leído. También los hay quienes aun queriendo, por razones lingüísticas no me han podido leer. Este escrito va dirigido a todos ellos: sobre todo a aquellos amigos y familiares de Berriz y Tafalla, aquellas personas que se han tomado la molestia de leer tantas veces como fuese necesario cada artículo para poder entenderlo. Son estas personas las que, luchando toda su vida en contra de adversidades lingüísticas, geográficas y políticas, contra el «sentido común», hacen que el euskera siga vivo y tenga esperanzas reales de no ser la siguiente lengua en desaparecer. Eskerrik asko borroka eta ahalegin guztiagatik eta segi horrela!

Tenemos que ser conscientes de que cuando no leemos en euskera aquí y ahora, nos estamos perdiendo la mayoría de discusiones políticas, filosóficas, artísticas y culturales decisivas e interesantes que se están dando en nuestro pueblo. Es una realidad que, además, va a ir en aumento; debe ir en aumento. Y es así como hay que atraer a la gente al euskera, creando espacios de más calidad y mejores que los que se hacen en castellano, en todos los ámbitos: en filosofía y en literatura, sí; pero también en el porno, los cómics, las telenovelas...

En estos dos años que llevo escribiendo en este periódico, el primero de manera libre, y el segundo colaborando habitualmente, he intentado, siempre que he podido, hacer análisis filosóficos y políticos de las luchas ideológicas centrales que me parecía se estaban dando en cada momento en nuestro pueblo. Siempre intentando alejarme del ruido ensordecedor de la cotidianidad, e intentando dar visiones con perspectiva filosófica, histórica y política (que no neutrales). Me gustaría, en este último artículo, y como despedida, volver a subrayar un par de críticas que he venido haciendo desde que empecé a escribir aquí.

Por un lado, desde los comienzos he intentado constantemente desenmascarar el pacifismo maniqueo, tartufo, esquizofrénico y violento, de origen católico-español y espíritu inquisitorial, que quiere que un sector político haga una lectura concreta de los últimos 50 años, como punto de partida necesario para una nueva convivencia entre los vascos. Exigen una condena hacia el pasado, responsabilidad moral y política, y la exigencia de que hay que aceptar el criterio absoluto de que ningún objetivo político está por encima de la dignidad humana (y yo que tenía entendido precisamente que son la consecución de los derechos humanos y colectivos quienes traen consigo la dignidad humana, y no al revés). Lo exigen, además, con quien precisamente imposibilita hacer una lectura de la historia compartida, con quien hace imposible poner unos cimientos para una paz basada en el respeto de los derechos humanos de todos los pueblos y personas.

Lo más grave es que utilizan como fetiche y como arma arrojadiza la susodicha dignidad humana, que aunque esté escrita en un papel, en la realidad no la encontramos por ningún lado, ni en los puestos de trabajo, ni en las cárceles, ni en las calles, etc. Hipocresía y maniqueísmo al más puro estilo inquisitorial. Los cimientos para una nueva convivencia tienen que partir, inevitablemente, desde unos mínimos (y no máximos dogmáticos y absolutos) que todos podamos compartir (y no imponer sobre los demás). Y partiendo de ellos, hay que tener como objetivo crear las condiciones de posibilidad para que las torturas, los asesinatos que quedan impunes (sobre todo, los del estado), y todos los atropellos contra nuestra cultura y pueblo no se vuelvan a repetir. Y que nadie sienta que por no haber cauces de diálogo para que sus derechos sean respetados tenga que tomar otras vías para que se le escuche: hay que poner remedios políticos de una vez y para siempre. Y la mejor manera de hacerlo, es aceptando que este es un pueblo, y que como tal, le corresponde el derecho a decidir su futuro. Es hora de caminar pues hacia una verdadera transición.

Por otro lado, otra de las luchas ideológicas que se ha vuelto interesante en los últimos meses es la referente al nuevo modelo de socialismo que tenemos por pensar y construir en Euskal Herria. Se nos está repitiendo que quién no canta la música de la revolución y el marxismo ortodoxo se mueve dentro del sistema y es un socialdemócrata. ¿Pero qué es realmente cambiar el sistema? Ultimamente se ha vuelto un eslogan carente de contenido. ¿De qué hablamos cuando hablamos de revolución? Joan Mari Torrealdai escribía en «Iraultzaz» (Jakin, 1973) que la revolución es hija de la modernidad, tanto como el progreso y la razón absoluta. La «revolución» se ha convertido en un cliché, un mito malo de la izquierda, un a priori creado en su tiempo por la burguesía y que hoy en día no le deja a la izquierda analizar y pensar proyectos. Como todo mito, tiene su parte buena y su parte mala; pero hay que saber utilizarla no para paralizar el pensamiento, sino como apoyo para articularlo libremente. Hay que tomar en cuenta, como dice Joseba Sarrionandia en su libro «Moroak gara behelaino artean» (Pamiela, 2010), que la política ahora no es cambiar todo de golpe, como lo fue en el siglo XIX.

La cuestión es sencilla y a la vez compleja: todo lo que sabíamos hasta ahora nos vale solamente para ganar guerras pasadas; para las nuevas, todos empezamos de cero. Las recetas viejas no valen; menos valen soluciones que valían solo en otros contextos históricos y sociopolíticos. Es por eso que la izquierda está en crisis (en el sentido positivo del término, entendido como momento de cambio y nuevas posibilidades). La dificultad ahora no es tanto concebir nuevas ideas, sino saber liberarse de las antiguas, como decía el economista Keynes. No se pueden volver a soñar sueños que acabaron en pesadillas. Tampoco basta con citar a Marx, Bakunin, Lenin o Lucakcs (todos ellos pequeños burgueses) como si fueran la Biblia, si luego no sabemos articularlos y conjugarlos hoy y aquí en un pensamiento coherente, para construir un nuevo modelo de sociedad para Euskal Herria en el contexto del siglo XXI. Si ese socialismo está por construir, la socialdemocracia, en todo caso, será casi por obligación el camino por donde empezar, nunca el objetivo. Los objetivos nunca hay que olvidarlos, pero la apuesta actual debe ser articular eficazmente el camino hacia ellos, partiendo de las realidades sociales, económicas y políticas actuales.

En esa línea, hay quien sostiene que para qué queremos un Estado si va a ser igualmente burgués. Mi pregunta, sin embargo, es la siguiente, ¿cuántas líneas invirtió Marx en escribir cómo sería la sociedad después de ganar al capitalismo? Ninguna. Ahora lo que corresponde no es reflexionar sobre cómo será el estado vasco, sino sobre qué vamos a hacer para conseguirlo. Dejemos las cuestiones que no tocan para más adelante. Yo lo tengo claro; para seguir en el camino hacia un estado vasco y hacia un nuevo socialismo para Euskal Herria, sin duda alguna, el próximo domingo daré mi voto a EH Bildu.

Bukatzeko, eskerrik asko Garazi artikulu guztiak zuzentzeagatik, eta eskerrik asko gomendio eta kritikak egin dizkidazuen lagun guztiei. Beste guztioi, gaizki esandakoak parkatu, eta ongi esandakoak kontuan hartu. Beste bat arte!

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