Negra suerte. Alma negra. Una narración aparentemente de género. Noche, drogas, desfases, putas, accidentes y un cuerpo de mujer joven violentado. De ahí en adelante una investigación policial, un recorrido por el cinismo de un sistema que requiere a los inspectores bajar a las cloacas para que puedan aparecer los jefes en los telediarios. Lo que se ve y lo que se oculta. Una familia de clase media, aparentemente normal, se ve atropellada por una realidad inconcebible, pero que refleja las carencias de la propia convivencia normalizada, un fallo de todos los resortes de prevención.

La joven muerta es esa naturaleza muerta que llevaba una vida de día y otra de noche, que sus padres desconocían de manera pertinaz sus andanzas, y que le lleva, en una casualidad narrativa a una desgracia colectiva. Una metáfora trágica. El desconsuelo del agotamiento, de la ausencia y del remordimiento por la dejación.

Una narración literaria traspasada con acierto al teatro. Teatro equilibrado entre espacio escénico, narración e interpretación. Ritmo para que la sensación de instantaneidad no se pierda nunca. Las miserias humanas, los impulsos irreprimibles, un retrato de una parte de la sociedad a la que se está tan acostumbrado que parece un relato familiar. Pero la tragedia ronda a la apariencia y la corroe, el deterioro de los fundamentos de la convivencia y la vida se deterioran sin que nadie lo remedie. Y el inspector cincuentón cumple su misión, e incumple las promesas hechas a los más débiles. Alma negra. Negra suerte. Un buen trabajo teatral, sin alharacas, con lo imprescindible. Buena adaptación, buen pulso en la dirección y trabajo excelente del equipo actoral en un espacio escénico eficaz y bien iluminado.